viernes, enero 25, 2008
- RUIDO -

Los jóvenes y el ruido
Las sociedades del siglo XXI viven una permanente paradoja: buscan ansiosamente mejorar la calidad de vida de sus integrantes, pero, al mismo tiempo, hacen todo lo posible por destruirla. En la actualidad, un alto porcentaje de niños y jóvenes está expuesto a niveles de ruido que muchas veces sobrepasan los límites saludables. Escuchar música a altos niveles sonoros, por el uso indiscriminado de iPod, MP4 o discman, o por la concurrencia habitual a las discotecas, durante un espacio de tiempo prolongado, los expone cada vez más a probables pérdidas auditivas. Los especialistas sostienen que el riesgo de sufrir daños auditivos en este tipo de situaciones es grande y que los jóvenes de entre 16 a 25 años son los más expuestos a la contaminación sonora.
Los argentinos no estamos, lamentablemente, ajenos a esta realidad. Justamente, a esa conclusión llegaron el director del Centro de Investigación y Transferencia en Acústica (Cintra), Mario Serra, y la doctora Ester Biassoni, experta en psicoacústica del mismo centro, que depende de la Universidad Tecnológica Nacional, en Córdoba. Serra codirige un grupo multidisciplinario de investigadores del Centro de Alta Tecnología del Hospital de Córdoba y del Centro Piloto de Detección de Errores Metabólicos, de la Universidad Nacional de Córdoba, que ponen en práctica un programa de conservación y promoción de la salud auditiva adolescente. La aplicación de este programa comenzó en 2006, con la participación de 210 alumnos, de entre 14 y 15 años, de una de las principales escuelas técnicas de la ciudad de Córdoba, y continuó en establecimientos similares.
Con este programa se busca determinar la capacidad auditiva de los jóvenes mediante técnicas avanzadas de audiología, para probar su validez como predictoras tempranas de hipoacusia por exposición al ruido.
Los datos de este estudio y otros similares deben llamar la atención de los padres y de los educadores, en primer término, pero también de todos quienes tengan algún grado de responsabilidad con respecto a la población más joven sobre el alto riesgo en el que ésta se encuentra.
Así, un tercio de los adolescentes estudiados está expuesto a niveles dañinos de ruido, pero no está en condiciones de comprender la gravedad del caso. Por el contrario, la mayoría de las actividades de recreación juveniles se desarrollan en ambientes con altos niveles sonoros. Los responsables no son ya sólo los lugares donde se baila o los megarrecitales, o el hecho de tocar instrumentos musicales de gran potencia sonora como la batería; en la era de la tecnología digital, los MP3, MP4 y los iPod reivindican su protagonismo y ya hay algunos especialistas que empiezan a hablar de la "sordera del iPod". Con estos dispositivos se puede subir el volumen hasta los 100 decibeles (dB), el equivalente al ruido de un avión al despegar, sin que el sonido se distorsione. Pero los 85 dB son el límite entre la exposición "peligrosa" y "no peligrosa" a ruido continuo. El mencionado informe señala que, en discotecas de la ciudad de Córdoba, se muestran valores de entre 104,3 y 112,4 dB, con picos de hasta 119 dB.
Probablemente sea difícil convencer a nuestros jóvenes de que estas actividades a las que dedican tantas horas de su vida son ruinosas para su salud auditiva -escuchar música a más del 60 por ciento del volumen máximo y durante más de 60 minutos seguidos es arriesgarse a quedar sordo precozmente- y para su salud mental a largo plazo. Y decimos que es difícil porque la sociedad argentina suele vivir en ambientes donde la estridencia manda, porque gritar rinde más beneficios que sentarse a dialogar.
Sin embargo, no se puede dilatar mucho más el comienzo de campañas públicas para promover la prevención temprana de los posibles daños auditivos entre niños y jóvenes. Como lo hemos señalado en estas columnas editoriales muchas veces, ese debe ser un deber indelegable del Estado. Pero el resto de la sociedad no puede soslayar el compromiso de cuidar de sus niños y jóvenes. Los informes de nuestros investigadores pueden seguir alertándonos, pero las conductas reparatorias sólo podrán surgir de la sociedad en su conjunto.