lunes, enero 14, 2008
- MAL EMPLEO -
Empleo informal,
un mal persistente
A pesar de los avances concretos registrados en la reducción del desempleo, aún persiste un notable porcentaje de ocupados informales o "en negro". Aunque para algunos pueda tratarse de una forma de disminuir la desocupación, la persistencia de esa modalidad laboral no es positiva, en especial porque, lamentablemente, más de una vez el Estado nacional, las provincias y los municipios apelan al recurso de tomar empleados con contratos que, tras varios años de vigencia, encubren una virtual e irregular relación de dependencia.
Uno de los aspectos más favorables de la gestión presidencial de Néstor Kirchner fue, precisamente, el empequeñecimiento del desempleo, mal que hasta ese momento impedía a vastos sectores de nuestra población atender sus necesidades más imperiosas y las sumía en el estado de angustia que esa precariedad implica. Casi un millón y medio de personas obtuvo trabajo a partir de la segunda mitad de 2003; otras 700.000 trocaron los subsidios provenientes de planes sociales por empleos de mercado y un millón de ellas encontró ocupación digna. Todo ese progreso redundó en la disminución en alrededor de 30 puntos del índice de pobreza.
Pero tales avances no incidieron con hondura en la baja de la informalidad laboral. Tanto es así que la actividad informal o en negro, tomando como referencia los empleos de mercado, sólo cayó -de acuerdo con un minucioso informe de SEL Consultores- del 42 al 39 por ciento. Y una muestra incompleta del Indec, la Encuesta Permanente de Hogares, que dejó sin cubrir ciudades importantes de nuestro país, admitió que el 40,9 por ciento de los ocupados lo son según la modalidad de informales.
No hay duda de que para quien penó, acaso durante largo tiempo, abrumado por la triste condición de desocupado, la posesión de un empleo informal o en negro hasta podría equivaler a alcanzar algo así como el paraíso. Sin embargo, ese aliento para poder enfrentar en mejores condiciones la lucha por la propia subsistencia no es ni puede ser una solución definitiva: sólo equivale a un paliativo, importante y eficaz, pero paliativo al fin.
Para el trabajador, el empleo en negro no deja de ser el disparador de una permanente sensación de precariedad laboral y de aprensión respecto de la continuidad de la reconfortante posesión de un empleo. La informalidad laboral lo margina de la normativa previsional, pues esos períodos de labor no le serán computados llegado el momento de gestionar su jubilación. Y por fin, el trabajo en negro excluye al empleado -o casi- de las obligaciones y beneficios incluidos en la legislación laboral.
Cabe coincidir, entonces, que llegados a este punto en que por cierto resulta ser notable, positiva y plausible la caída de la tasa de desempleo, habría que comenzar a encarar la "desinformalización" del trabajo en negro, incluyendo incentivos impositivos como los aplicados, por ejemplo, para la regularización del personal doméstico. La acción debería comenzar por crear oportunidades de formación y capacitación laboral para adultos, de manera que la baja preparación no sirva de excusa para alentar, justamente, el trabajo informal. Y después, fiscalizar a rajatabla el cumplimiento de las disposiciones que lo prohíben.