sábado, enero 26, 2008
- FAUSTO -

Versiones libres,
pero también muy respetuosas
Por Ernesto Schoo
Opinión La Nación
Diez o doce años atrás, el célebre director teatral alemán Peter Stein se dio el gusto de poner en escena el Fausto, de Goethe, íntegro. Hasta incluyó los textos obscenos del aquelarre en la famosa noche de Walpurgis, o noche de brujas, en las montañas del Harz, que el autor mismo, con su prudencia habitual y teniendo en cuenta los prejuicios de la época, suprimió de las ediciones corrientes.
Stein eligió un vasto terreno comunal en la periferia de Francfort, donde alzó una enorme estructura metálica con plataformas, pasadizos y escaleras, por los que el público discurría, siguiendo la acción según sus preferencias. Si alguien quería verlo completo debía concurrir varias veces, para lo cual se proveía de un abono, como los de la ópera y los conciertos.
Cada una de las acciones transcurría en una determinada escenografía, y tanto en ésta como en el vestuario, Stein (reconocido por sus tendencias innovadoras y la originalidad de sus puestas) se propuso no quitar una coma del original de Goethe y la total fidelidad a la época en que transcurre la historia. La consecuencia fue que, en tanto los críticos del resto de Europa cantaron loas a este Fausto colosal, sus colegas alemanes se enfurecieron y lo tildaron de reaccionario, retrógrado, anacrónico, dinosaurio y otros epítetos similares.
Se entiende: Alemania es el país europeo donde más fervorosamente se cultiva la experimentación, tanto en el teatro de prosa como en la ópera, con generosa ayuda estatal y absoluta libertad creadora. Como suele ocurrir, Stein se benefició de esa reacción: miles de personas quisieron comprobar qué había de cierto en los ataques, el Fausto viajó en gira triunfal por varios países y el director hasta lucró con la venta, años después, de la estructura metálica como chatarra.
La historia viene a cuento porque en los últimos tiempos, tanto aquí como en el resto del mundo, se multiplican las "versiones libres" de textos clásicos o no tanto, pero cuya frecuentación los ubica en el rango de tradicionales. Desde ya que el proceder es tan legítimo como el del compositor que escribe "variaciones sobre un tema de fulano". Cambian los estilos de escritura y de actuación, y nada ha cambiado más, en menos de un siglo, que la noción del transcurso del tiempo: el espectador de hoy exige razonables cortes y alteraciones en textos demasiado frondosos.
Todo está bien siempre que se respeten las intenciones del autor y no se traicione su esencia. En este sentido, hay buenos ejemplos recientes: la versión de Tartufo , de Molière, por Tito Cossa; la de Un enemigo del pueblo , de Ibsen, por Sergio Renán en el San Martín; la de La gata en el tejado de zinc caliente , de Tennessee Williams, por Oscar Barney Finn, uno de los grandes éxitos de la temporada 2007.
Pero otros hay, en la cartelera actual, que pueden provocar confusión en espectadores novatos o poco avisados, creídos de que asisten a un producto legítimo. Consejo de Perogrullo: prudencia, sentido común y, sobre todo, humildad. No sea que debamos coincidir con aquella burlona conclusión acerca de que la única vanguardia posible hoy sería la absoluta fidelidad a los textos originales.