viernes, diciembre 21, 2007
- RECONSTRUCCION -
Reconstruir la unión nacional
La República Argentina nació hace casi dos siglos, pero, como cualquier otra nación, se construye todos los días. En la base de esa edificación cotidiana hay un elemento que no puede faltar: es el genuino y fervoroso sentimiento de unión nacional. Sin un espíritu de consenso, que aglutine y hermane a sus habitantes, ninguna nación puede reconocerse como tal.
Es oportuno consignarlo porque falta menos de un año y medio para que celebremos el bicentenario de la Revolución de Mayo. Fue el punto de partida de las guerras de la Independencia y abrió, para los territorios del Virreinato del Río de la Plata, el camino hacia el autogobierno. No debemos olvidar que en los años posteriores al brote revolucionario el pueblo argentino debió afrontar prolongadas y desgastantes guerras internas y tuvo que enfrentar una heroica y sacrificada lucha para que la unión nacional se convirtiera en una realidad.
La generación de 1837, con Echeverría, Alberdi y Mitre a la cabeza, debió desplegar un esfuerzo ciclópeo para que los argentinos dejáramos definitivamente atrás las guerras civiles que nos habían desangrado durante décadas y fuésemos capaces de construir, a partir de la sanción de la Constitución de 1853, una nación unida y solidaria. Gracias a la firmeza y al acierto con que se cumplió ese objetivo histórico, la Argentina pasó a ser, en los comienzos del siglo XX, una de las naciones más progresistas y respetadas del mundo.
Cuando celebramos nuestro primer Centenario, en mayo de 1910, la Argentina era un modelo de país civilizado y moderno. Eso fue posible porque previamente habíamos sabido construir una sociedad asentada sobre un vigoroso espíritu de unión nacional. El tumultuoso proceso inmigratorio de fines del siglo XIX, aunque pueda resultar paradójico o difícil de explicar, no afectó en lo más mínimo la solidez de ese espíritu de unión ciudadana: al contrario, lo fortaleció y lo enalteció. La Argentina moderna se edificó sobre la base de un sentimiento de unidad nacional tan potente como ejemplarizador.
Por eso resulta especialmente doloroso y lamentable que en estos días se insista en sembrar la desunión o profundizar la división entre los argentinos. La estrategia de muchos ideólogos y voceros de la fuerza política que nos gobierna parecería estar dirigida a mantener abiertos los conflictos que enfrentan a unos argentinos con otros. En vez de celebrar o exaltar los motivos de concordia o de unidad que históricamente podrían llegar a presentarse, se exacerban y se agitan permanentemente aquellos asuntos que alimentan el odio, los rencores, las venganzas políticas y los resentimientos históricos.
El principal objetivo de la etapa política que acaba de iniciarse debería ser la reconstrucción del sentimiento de unidad nacional que estuvo en la base de la Argentina de otros tiempos. El país necesita imperiosamente dejar atrás los trágicos factores de desunión y de violencia que desgarraron a nuestra sociedad a partir del antecedente de un terrorismo salvaje y una dictadura despiadada que aniquilaron el sistema argentino de los derechos humanos y abrieron las compuertas del odio y la fragmentación social.
Es imprescindible recuperar ese espíritu de diálogo y de unidad que permitió crear la gran nación que fuimos y que el espíritu sectario de unos pocos ideólogos extremistas de uno y otro lado destruyó en sus cimientos morales. Las fuerzas políticas que nos gobiernan deben abandonar la deleznable práctica de resucitar los viejos antagonismos y de suponer que las heridas abiertas por la violencia irracional de ayer habrán de curarse con redobladas cuotas de odio o con desordenados rebrotes de ánimo revanchista. Dividir a la sociedad y perpetuar sus enfrentamientos internos es la mejor manera de paralizarla, debilitarla o frustrarla.
La celebración del Bicentenario ofrece la gran oportunidad para avanzar hacia una nación unida y moralmente fuerte. En esa dirección deberíamos empezar a caminar todos juntos: la ciudadanía, los políticos y, por supuesto, quienes ejercen las principales responsabilidades públicas.
Si los argentinos no nos sentimos hijos de una misma patria, difícilmente nos reconoceremos como herederos de una historia común y como forjadores de un futuro acorde con los ideales que presidieron, en 1810, nuestro nacimiento a la vida independiente.