viernes, julio 20, 2007
- SERIA INTERESANTE -
Aprender de las tragedias
Sería positivo que la tragedia aeronáutica ocurrida en San Pablo, que enluta al hermano pueblo brasileño, a cuyo pesar se han sumado todos los argentinos, sirviese para que nos abocáramos a solucionar los problemas que afectan a la aviación civil local, al transporte de pasajeros por este medio y, en general, al sistema aeroportuario. No deberíamos desentendernos de las conclusiones emanadas de aquel terrible accidente, el más grave en la historia de la regiónporque ellas pueden indicar cuál sería la metodología más apropiada para prevenir y evitar tamañas catástrofes.
Desde hace meses, diferentes sectores de la actividad aérea vienen alzando sus preocupadas y responsables voces para denunciar los graves riesgos que, a su juicio, están implícitos en el mero acto de subirse a un avión en la Argentina.
En forma reiterada, los medios periodísticos han venido dando cuenta de numerosas situaciones de extremo peligro para aeronaves en vuelo, aterrizando o en proceso de decolaje. Incidentes que sólo por cuestión de segundos pudieron terminar en hechos similares al terrible accidente de San Pablo.
Aún perdura en la memoria de todos el despiste de un avión de la compañía Lapa, el 30 de octubre de 1997: la máquina, con sus alerones mal configurados, no pudo despegar, derribó el cerco perimetral del aeroparque Jorge Newbery, cruzó la avenida Costanera Norte y se incendió a pocos metros de la estación de servicio que todavía perdura en ese lugar y que milagrosamente quedó al margen de esa conflagración.
Si bien es cierto que tanto desde el Poder Ejecutivo como desde el Ministerio de Defensa se vienen escuchando promesas sobre la compra de radares y la instrumentación de nuevos controles, no daría la impresión de que el tema se encuentre debidamente resuelto. Los radares de Ezeiza ya habrían sido reparados y está a punto de entrar en servicio el cedido por el gobierno español, pero las habituales demoras en las terminales aéreas y las denuncias de los representantes gremiales y técnicos aeronáuticos ponen cotidianamente en duda la seguridad de nuestros cielos.
La dolorosa tragedia ocurrida en Brasil es también un ejemplo de los riesgos y precios que se pagan cuando la intervención del Estado no llega en tiempo y forma debidos y, en cambio, se convierte en alarmante inacción.
En la era de las comunicaciones, la aeronavegación mundial traslada a millones de personas que vuelan en forma simultánea. Merced a los tratados internacionales sobre esta materia, las políticas responsables, los progresos técnicos y los esfuerzos humanos, y la permanente capacitación de quienes tienen en sus manos esos millones de vidas, los índices de mortalidad por accidentes aéreos son muy inferiores a los que consignan las estadísticas sobre inseguridad vial en cualquier parte del mundo.
Es altamente deseable que la congoja por la pérdida de más de 270 vidas en el mayor accidente de esta clase en América latina gravitase sobre la conciencia de las autoridades nacionales y las impulsase a actuar sin dilación en esta materia. Frente a tantos episodios locales recientes, que felizmente no concluyeron en tragedia, y a la remembranza de aquel aciago atardecer en la cabecera de pista del Aeroparque Jorge Newbery, sólo la decisión política que planifique y ponga en práctica urgentemente las medidas necesarias para que el ámbito aéreo vuelva a ser seguro permitirá evitar situaciones que lamentaríamos cuando ya fuese demasiado tarde. Por ejemplo, y a modo de comienzo, el episodio paulista y el ya mencionado recuerdo aún fresco y vigente de lo sucedido en el Aeroparque hace casi una década deberían movilizar una honda reflexión acerca de los riesgos inherentes a la determinación con que las autoridades -incluso a pesar de numerosas y autorizadas opiniones en contrario- están empeñadas en mantener nuestro aeropuerto metropolitano en tan discutible ubicación.
No deberíamos olvidar que si bien el aprendizaje suele ser costoso, la vida humana no tiene precio. Estamos a tiempo de evitar accidentes irreparables. Aprendamos de la dolorosísima lección que nos deja la tragedia de San Pablo.