jueves, mayo 31, 2007
- JAPONESES -
Lecciones que llegan desde Japón
Días atrás, en Tokio, un ministro sospechado de complicidad con un acto de corrupción se ahorcó, poniendo al desnudo la cercanía existente en Japón entre el honor, la política y las culpas públicas. En algunas partes del mundo, como alguna vez ocurrió en la Argentina, el honor y la acción pública han estado ligados, y cualquier acto que pudiera ponerlo en tela de juicio acarreaba consecuencias devastadoras sobre la honorabilidad del implicado.
No se trata de enumerar a quienes se quitaron la vida o se batieron a duelo para limpiar su honor, pero es justo recordar que cuando la política se mezclaba con la sospecha, aun infundada, y la dignidad quedaba presa de la suspicacia de una situación judiciable, los hombres de ética tomaban la drástica medida de ser fieles a su conducta moral o a sus palabras, frente a un comportamiento públicamente cuestionado.
No planteamos un llamado al heroísmo y mucho menos a estimular estereotipos de difícil credibilidad; en todo caso, rescatamos para nuestra sociedad el valor público de hacerse cargo de los propios actos, por acción, omisión y aun por impericia. En la Argentina de hoy, no da la sensación de que muchos funcionarios estén dispuestos ni siquiera a poner a consideración de los jueces su accionar; por el contrario, se escurren en los repliegues del poder, en fueros extraordinarios, en chicanas procesales, para evitar esclarecer hechos de los cuales participaron como complacientes observadores, testigos o actores principales.
El código de honor del pueblo japonés ha sido y será universalmente reconocido como férreo y fiel a principios éticos superiores. Transpolar actitudes propias de la cultura oriental a estas latitudes latinoamericanas constituye un desafío para la imaginación, aunque mucho podríamos aprender para asumir responsabilidades por nuestras conductas públicas.
Pero es evidente que algo falla en la concepción ética nuestra de estos días. Desde el infractor de tránsito que atropella y huye de la escena sin hacerse cargo del daño ocasionado, pasando por tantos funcionarios que, cercanos al poder de turno, son renuentes a respaldar los desajustes en las cuentas que manejan, o asumir la responsabilidad que les cabe cuando ocurre algún problema grave en áreas de su competencia. Muy por el contrario, es probable que algunos de ellos integren alguna lista sábana para las elecciones nacionales, provinciales o municipales.
Ya es hora de que en nuestro país la ética vuelva a recuperar la condición de factor inmanente de la política, para que la sociedad recupere la certeza de que se trata de un terreno en el cual la verdad existe y el honor y la ética son valores a defender e inculcar.