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El asedio a la Reina del Plata

Por Luis Gregorich
Para LA NACION

En un año electoral por excelencia, las elecciones del 3 de junio en la ciudad de Buenos Aires se han convertido, no sólo en el ensayo principal de la contienda nacional de octubre, sino también en un disputado concurso, con reglas propias y premios de por sí apetecibles.

Dicho sea de modo rudimentario, estará en juego ese día una clara disyuntiva: que la ciudad se incorpore a la esfera de poder presidencial, o que sea administrada por un candidato o una coalición opositores (trátese de una oposición dura o moderada). En otras palabras: consolidación de la ya hipertrofiada hegemonía de la Casa Rosada o establecimiento de un contrapeso democrático que, a la corta o a la larga, sólo puede afianzar el equilibrio republicano, inyectando, de paso, un beneficioso acicate a la gestión del Presidente, hoy desprovista de amenazas competitivas.

Reina del Plata o cabeza de Goliat, sede del gobierno nacional y centro económico y cultural del país, nuestra ciudad justifica el asedio electoral que padece. Su prestigio simbólico es más grande, si cabe, que su peso concreto. Es, de lejos, el ámbito más documentado y relatado de la Argentina. Léanse tantísimos testimonios de viajeros; las ficciones de Esteban Echeverría, Roberto Arlt, Leopoldo Marechal y Manuel Mujica Lainez; los ensayos de Ezequiel Martínez Estrada y Juan José Sebreli; la "geografía" porteña de Florencio Escardó y los cronicones de peñas de Antonio Requeni y, como aporte más reciente, la guía literaria de Alvaro Abós: apenas se tendrá un cuadro inicial de esta urbe caleidoscópica y diversa.

Por supuesto, no se trata sólo de literatura. Extenderse acerca de las ventajas que disfruta Buenos Aires, en medio de una Argentina asimétrica e irregularmente desarrollada, resultaría superfluo. Su producto per capita escomparable con el de los países desarrollados. Su nivel educativo y sus infraestructuras culturales, también. Pero lo que la hace más atípica como distrito, una vez lograda su autonomía en los años 90, es su capacidad para financiarse con recursos propios, otorgándose una (relativa) inmunidad respecto de los chantajes del poder central.

Una de las tantas paradojas argentinas es que la ciudad de Buenos Aires, unitaria por su historia y cabeza de una nación que no ha dejado de ser unitaria a pesar de su Constitución, termina constituyendo un curioso ejemplo de bizarro federalismo. Por otra parte, nunca, o casi nunca, ha sido dócil frente al sistema (no se puede hablar ya de partido) peronista.

Ya se ha hecho copiosa mención de la indigencia imaginativa y del clima de confrontación de la anticipada campaña electoral en la ciudad, que en realidad sólo debería empezar después de Semana Santa. Puede recomendarse a los votantes dar vuelta la cabeza cuando se encuentren con afiches y avisos televisivos pagados con nuestro dinero, cuando escuchen historias de prontuario y descalificaciones prejuiciosas de los adversarios, o cuando se vean sometidos a la letanía de las promesas desmesuradas.

Es un buen momento para elogiar, en cambio, como modelo de comunicación política, la reciente actitud del presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, que ha aceptado someterse, en el auditorio de la televisión pública, a las preguntas de cien compatriotas de las más diversas tendencias y orígenes, seleccionados con estrictos criterios de objetividad, y ha respondido cumplidamente a todo, más allá de quien pueda o no estar de acuerdo con sus posiciones. ¡Qué diferencia con los gritos y monólogos proferidos, en forma unidireccional, delante de multitudes o pequeños grupos complacientes!

Mejor sería que se pudiera asumir, entre nosotros, por parte de candidatos y votantes, el debate sereno acerca de una agenda central de la ciudad, que ni es demasiado enigmática ni es imposible de afrontar. Esa agenda podría dividirse, de modo algo artificial pero didáctico, en dos compartimentos interrelacionados: uno, "local"; otro, "global".

La agenda local estará en boca de todos los candidatos y será difícil encontrar matices que los diferencien. Por ejemplo, las políticas de educación, salud y cultura son, y siempre serán, de absoluta prioridad, pero en realidad están moderadamente bien atendidas en la ciudad, sus presupuestos son, en términos generales, suficientes, y los recursos humanos con que cuentan se acercan a la excelencia. Quizá lo que correspondería, en este terreno, es una más cuidadosa administración de gastos e inversiones. En cualquier caso, la demagogia electoralista no tiene mucho que hacer aquí.

Donde tendremos un desborde vociferador es en los picos de riesgo de esta agenda, en los clásicos problemas urbanos irresueltos, que gravitan como una maldición sobre la calidad de vida de los porteños. Habría que restringir las fantasías acerca del futuro y, tal vez, los distintos candidatos deberían firmar un compromiso respecto de soluciones mínimas compartidas.

Los tres temas estrella de este listado negativo, que vuelven y vuelven como una obsesión, son (1) la limpieza, (2) la seguridad, y (3) el transporte y el tránsito. Ultimamente se ha agregado (agravado) la cuestión de la vivienda, en íntima relación con las villas de emergencia y la ocupación de tierras. Quien resuelva todo o al menos parte, recibirá el premio mayor. Pero, en realidad, nadie podrá resolverlo solo; otra vez, la necesidad del consenso se hace indispensable.

Obviamente, los ingredientes de cada uno de estos problemas son diferentes y a la vez se parecen. La limpieza y el tránsito, cuyas insuficiencias y agujeros negros parecen tan difíciles de erradicar, dependen en parte de gestiones ordenadas y eficaces, y en parte de un mejoramiento de la cultura de la convivencia, responsabilidad compartida por todos los habitantes de la ciudad. No ocurre lo mismo con el área de seguridad, ya que la creación de una policía propia -que de todos modos no es una panacea- se ve obstruida por confusas legislaciones, por la escasa disposición del gobierno nacional, y por la dificultad del conjunto de los sectores políticos de la ciudad para confluir en un proyecto común. Es de esperar que Daniel Filmus, el candidato del Presidente, no incurra en la presión desleal de sugerir, durante la campaña, que sólo él será capaz de negociar con su jefe y amigo sobre este tema.

Hay todavía, para Buenos Aires, y afortunadamente, una agenda "global". Quizá no sea tema de discusión cotidiana en los próximos días, quizá ninguno o pocos candidatos la presenten, por temor a una sofisticación excesiva, pero su instalación definitiva sólo es cuestión de tiempo.

¿Cómo se constituye este segundo capítulo de la agenda? ¿Qué son, para ser más específicos, las "ciudades globales"? El concepto pertenece a Saskia Sassen, socióloga holandesa, profesora de la Universidad de Chicago, y cuasi argentina (vivió catorce años de su niñez y adolescencia en el país, y completó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de Vicente López). El libro de Sassen La ciudad global , publicado en 1991 y revisado y actualizado en 2001, ha popularizado ampliamente la idea en los ambientes académicos.

En el mundo de la economía transnacional y la información globalizada, las ciudades globales son capaces, ante todo, de la "interacción" y de la "innovación". Pueden constituirse, por la calidad de sus servicios y organizaciones, en promotoras de nuevos negocios y actividades financieras. Forman, incluso más allá de su pertenencia nacional, redes con otras ciudades globales, y tienen una inserción internacional propia. Por eso, Sassen ha podido decir que no hay ciudades globales "solteras", es decir, aisladas. Son ciudades que organizan eventos que convocan a la comunidad regional y, a menudo, mundial.

En este sentido, serían claramente "globales", en Buenos Aires, actividades como el Festival de Cine Independiente (Bafici), el Festival Internacional del Tango, las muestras y producciones vinculadas con los centros de diseño y, en una ya larga trayectoria que se actualiza constantemente, la Feria Internacional del Libro (una de cuyas invitadas será este año, precisamente, Saskia Sassen).

También el notable auge del mercado del arte y, en general, las proyecciones de las industrias culturales pertenecen a la misma categoría.

Ciudad local, ciudad global Hay que hacerse cargo de las dos caras de la moneda. Aceptar este doble carácter de Buenos Aires, encontrar un lugar en la campaña electoral para la utopía razonable (valga el oxímoron), no es un gesto gratuito, sino una apuesta necesaria. El asedio a la Reina del Plata valdrá la pena si quienes la conquisten temporalmente no se olvidan del poder de la creatividad y la imaginación.

De todas formas, lo que en última instancia importa, incluso en la Buenos Aires global, es la formación de ciudadanas y ciudadanos, porque, según palabras de Jordi Borja, otro gran especialista en temas urbanos, "la ciudadanía acepta la diferencia, no la desigualdad".