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domingo, abril 22, 2007

- ESTADO Y CULTO -



Iglesia y política: compromiso más allá del púlpito


La fuerte homilía de Bergoglio esta semana, con críticas a Ibarra evidenció hasta qué punto la Iglesia busca mostrarse como baluarte de las instituciones
Por Laura Di Marco
La Nación - Opinión

Fue una semana de crispación para la ya difícil relación entre la Iglesia y el Gobierno. Al kirchnerismo, a estas alturas, nadie le saca de la cabeza cuál es el rol que está jugando el cardenal Jorge Bergoglio: a falta de un partido político que se le plante -se conjetura en la Casa Rosada- el arzobispo de Buenos Aires se ha convertido en el verdadero jefe de la oposición política en la Argentina.

Pese a que distintos referentes de la Iglesia han expresado que sólo los mueve la voluntad de ayudar en la reconstrucción institucional del país, a los hombres del Presidente les preocupa algo que para ellos ya tiene la consistencia de una certeza: el cardenal, temen, ha decidido meterse de lleno en el juego político apoyando candidatos propios.

La homilía de esta semana, en la que el prelado instó a los postulantes porteños a no olvidar la tragedia de Cromagnon, que terminó con la gestión de Aníbal Ibarra, no hizo más que convencer al jefe de Gabinete, Alberto Fernández, y al propio Ibarra de que el arzobispo decidió hacer un acto en contra del kirchnerismo. Lo leen así: no sólo fue un golpe para el jefe de gobierno destituido sino también para Daniel Filmus, el candidato oficialista que lo lleva a Ibarra en una lista de legisladores.

"La Iglesia es de todos, pero está apoyando a Telerman y a Macri", denunció, sin vueltas, el jefe de campaña de Ibarra, Gustavo López, en alusión a las gestiones del cardenal para unir a Carrió y a Telerman, una fórmula de fuerte relación personal con Bergoglio que, en las próximas elecciones del 3 de junio, confrontará con el kirchnerismo en la ciudad.

En verdad, nada de esto es nuevo. Bergoglio pareciera consolidar una importante posición de predicamento político, especialmente desde que bendijo a monseñor Piña, en Misiones, y con esa jugada frenó el resto de los proyectos reeleccionistas que alentaba Néstor Kirchner. Desde entonces y hasta hoy, otros religiosos empezaron a asomarse también a la arena política: el padre Luis Niella, en Corrientes; Délfor Brizuela, en La Rioja; Francisco Nazar, en Formosa; Luis María Ocampo, potencial candidato a intendente en Mar del Plata, y Ramón Cardozo, que se perfila como postulante para ocupar la intendencia de El Dorado, segunda ciudad de Misiones, son algunos de los ejemplos más renombrados. Y el obispo de Santa Cruz, Juan Carlos Romanín, se puso a la cabeza del conflicto sindical en su provincia y acusó al Gobierno de extorsionar a los maestros. "Lo hago porque no hay oposición", explicó el religioso.

¿Cambió la Iglesia? ¿Es Bergoglio un cuadro político en un sentido tradicional, como acusa el Gobierno, o simplemente hay una nueva cultura religiosa de la que también participan otras iglesias y a la que el rabino Sergio Bergman describe como "testimonial de acción"?

En verdad, las religiones -y especialmente la Iglesia católica- con su largo enraizamiento en la cultura argentina, siempre han tenido participación en la vida política nacional. En todo caso, el énfasis ahora, coinciden los observadores, parece estar puesto en el afianzamiento de un proyecto democrático, en defensa de la institucionalidad.

No hay apoyos exclusivos, ni excluyentes, argumentan en la Iglesia, y también aclaran que no hay aliento a religiosos a participar en la política partidaria a través de candidaturas: intentos que, aseguran en la curia, ellos mismos cortaron de cuajo. El padre Guillermo Marcó, cercano al cardenal y actualmente a cargo de la Pastoral Universitaria, lo explica: "La Iglesia no direcciona el voto, pero sí está en su rol orientar a la gente buena, por ejemplo a su laicado, a que se comprometa. Pero nosotros no podemos ser candidatos a nada, ni nos interesa".

Con afilada esgrima verbal, un alto funcionario K, en su despacho del primer piso de la Casa Rosada, pinta un cuadro bien distinto: "Los jesuitas siempre han tenido esa enorme habilidad para estar con la revolución y la contrarrevolución al mismo tiempo. No hay nada más parecido a un peronista que un jesuita", dice, en alusión al cardenal.

Los religiosos que participan en la Coalición Cívica -en la que el rabino Bergman es uno de los principales socios y que también incluye al dirigente de la comunidad islámica Omar Abud- prefieren hablar del nacimiento de un nuevo paradigma y reivindican el derecho de la espiritualidad y la religión a facilitar la recomposición de la representación política. ¿La misión? "Mostrar el camino y facilitar el pasaje de la sociedad civil a la práctica política. La religión tiene derecho a reclutar gente que defienda valores democráticos. Mejor que lo hagamos nosotros y no los punteros", desafía el rabino.

La macrista Gabriela Michetti, compañera de fórmula de Mauricio Macri en las elecciones porteñas, reconoce en Bergoglio a su pastor y lo va a ver cada vez que necesita aclarar su mente. Lo curioso es que el rabino Bergman hace lo mismo y también Elisa Carrió. Un hombre cercano al cardenal define lo que Bergoglio opina sobre ella: "Se podrán decir muchas cosas de Lilita, menos que no tiene coherencia entre lo que dice y hace". Esta suerte de bendición, precisamente, fue la que le quitó el sueño esta semana a Roberto Lavagna. Tenía la esperanza de que el presidente del Episcopado apoyara su candidatura presidencial: ¿mudará ese respaldo, ahora, hacia Carrió?

Claro que Michetti y la líder del ARI no son las únicas en visitar al cardenal en el edificio contiguo a la Catedral Metropolitana. Hay una larga lista de dirigentes que lo van a ver y algunos políticamente significativos y no necesariamente católicos. Por ejemplo, el macrista Mariano Narodowsky, principal referente en educación del macrismo y primer candidato en la lista de legisladores de Macri. El caso de Narodowsky es curioso, igual que el de Luis Liberman, subsecretario de Educación del gabinete de Jorge Telerman: ambos, educadores, tienen la proximidad que perdió Filmus quien, según el Episcopado, no defendió lo que previamente había acordado con la Iglesia sobre la ley de Educación y se mostró dispuesto a abrir el debate sobre el aborto. Para colmo, llevar al ministro Ginés González García -que hizo del preservativo su bandera- como el candidato de su lista oficial.

El radical Enrique Olivera, coequipier de Telerman, es un católico militante, y al peronista y macrista Santiago de Estrada, en la Legislatura lo apodan, con simpatía, "el obispo": no hace falta explicar por qué. En su esquema habitual de relaciones, el cardenal cuenta, también, con el empresario Francisco de Narváez; el sindicalista Alejandro Amor y Omar Abud, de la Asociación Arabe Argentina Islámica, quien llegó a ser propuesto como candidato a legislador en la lista porteña de la Coalición, en el marco del Diálogo Interreligioso que Bergoglio apoya.

Curiosamente, y a pesar de tener tantos macristas que lo visitan, Macri no está bien visto en el Arzobispado. ¿La razón? Cerca del cardenal, dos fuentes lo explican: "Cuando le tocó defender leyes que le interesaban a la Iglesia, como la educación sexual en las escuelas, dejó a sus legisladores libertad de conciencia, en lugar de fijar una posición común", argumentan.

En cambio, la relación entre Bergoglio y Jorge Telerman es fuerte y viene de larga data. Una historia de fines de 2004, quizá, revela el entramado desconocido del vínculo. Ocurrió durante la polémica muestra de León Ferrari, en la que se criticaba duramente el papel del catolicismo. En medio de la tensión extrema entre Ibarra y la Iglesia, Telerman mantuvo su relación con Bergoglio a toda costa. Por entonces, recibía misivas del prelado, que decían: "Hágame un favor, Telerman: rece por mí". Hoy, el jefe porteño recoge aquellos frutos: el cardenal cree que el actual jefe de gobierno porteño es un hombre con sensibilidad hacia lo religioso.

Los dirigentes del Diálogo Interreligioso -judíos, islámicos y católicos- que alientan la Coalición Cívica parecen tenerlo claro. Hay un nuevo paradigma, que Bergman explica: "La religión tiene derecho a involucrarse en la política cívica. Buscamos inspirar y orientar, en lugar de armar y conspirar".

Claro que la visión del Gobierno es enteramente distinta. Para la administración K, Bergoglio es el hombre más político de la Iglesia y, en ese contexto, no tiene competencia, mientras que Bergman es, sencillamente, un rabino opositor. Casaretto, a cargo de la Pastoral Social, es visto como el segundo hombre político dentro del clero. Cuentan que el obispo de San Isidro se acercó al Gobierno a través de Enrique "Pepe" Albistur y Julio Bárbaro. También hubo puentes con la ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner, a través de Cáritas, cuando la dirigía Casaretto.

Entre tanta crispación, también a los politicólogos e investigadores el tema parece dividirlos. Así, mientras que para Marcelo Cavarozzi, experto de la Universidad de San Martín, la participación de la Iglesia muestra una "innovación positiva", que puede servir para recomponer un nuevo sistema de representación política, para Fortunato Mallimaci, sociólogo del Conicet especializado en cultura y religión, se trata casi de una expresión de la antipolítica.

"La ciudadanía podrá distinguir entre una propuesta para los creyentes y lo que deben ser políticas de Estado. Y esto es más urgente cuando, en el actual juego democrático, la ausencia de oposiciones partidarias sólidas - tanto a nivel nacional como provincial y municipal- llevan a buscar hoy referentes religiosos, tal como ayer ocurría con deportistas o cantantes para ganar o intentar ganar elecciones. La antipolítica tiene también un fuerte espesor histórico y social en nuestro país."

Cavarozzi lo lee de otro modo: "Después de haber avalado institucionalmente el golpe del 76, me parece muy positivo ahora que Iglesia se vuelque a un proyecto democrático. Para mí, todas las innovaciones son buenas, pero hay que verlas marchar".

Kirchner y el cardenal

"Hay que imaginar que el presidente del Episcopado es algo así como el director de un consorcio. No es que el obispo de Neuquén o el de Santa Cruz lo llaman a Bergoglio para ver qué hacer", analiza un hombre destacado de la Iglesia.

Es decir, internamente hay más de un posición. A grandes trazos, digamos que hay una mayoría, liderada por el presidente del Episcopado, que alienta a los obispos a trabajar sobre la sociedad, mientras que otra, hoy minoritaria y liderada por monseñor HéctorAguer, sostiene que deben operar sólo sobre la fe. También entre los obispos más comprometidos hay diferencias, básicamente sobre la relación que la Iglesia debería tener con el Gobierno y el diagnóstico de la realidad nacional. Los obispos José Arancibia, José María Arancedo, Luis Héctor Villalba y, en menor medida, Jorge Casaretto, ven como un exceso que el estilo K sea comparado con el aparato stalinista, como suponen muchos al lado del cardenal.

Durante la última semana, cuando los ánimos estuvieron hipersensibles, el obispo de Lomas de Zamora, Agustín Radrizzani, advirtió que la falta de diálogo con Kirchner puede dañar a todos. Cerca de Bergoglio interpretaron el comentario como un tiro por elevación. Radrizzani se alinea con Casaretto, que, concretamente, sostiene que los obispos deberían hacer un pedido formal de entrevista con el Presidente.

"En rigor, hace ya tiempo que el Presidente y el cardenal parecen jugar a las escondidas -escribió José Ignacio López en LA NACION- y que en sus respectivos entornos se mueven y aconsejan tanto quienes procuran tender puentes y facilitar el diálogo como quienes estimulan los prejuicios y azuzan la confrontación."

El secretario de Culto, Guillermo Olivieri, definió así la delicada relación: "Desde el inicio de la gestión del presidente Kirchner, el Gobierno se ha propuesto consolidar un vínculo de autonomía y cooperación con la Iglesia Católica, así como con las demás confesiones religiosas". Sin embargo, y pese a las buenas intenciones declaradas, Bergoglio y Kirchner nunca se reunieron hasta ahora.

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