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domingo, abril 15, 2007

- ECOLOGÍA CON RECURSOS -




Ecomillonarios en acción






Desde los años 90 se afirma la tendencia de la compra de extensos paraísos naturales con fines conservacionistas. Por qué estas grandes fortunas tienen en la mira a América latina

Por Juana Libedinsky

para La Nación Enfoques

NUEVA YORK.- Para algunos, es el Rolex de oro. Sigue el Porsche, el yate de lujo, la casa de esquí en St. Moritz o Aspen, el jet privado. Pero para un puñado de multimillonarios del Primer Mundo, la ambición es la cátedra universitaria que lleva su nombre, el ala del museo que los honra, la biblioteca pública con su busto en la entrada. Y, en estos tiempos, los paraísos naturales, en particular, la Patagonia. Por supuesto que no se trata de comprar un simpático chalet símil suizo en la Cordillera, ni siquiera un fastuoso casco de estancia, sino enormes extensiones de tierras para ser donadas como parques nacionales o para ser preservadas en estado virgen con el objetivo de contribuir con la conservación del medio ambiente.

Además de la Patagonia -argentina y chilena-, pueden ser, claro, los esteros del Iberá, la selva amazónica o a veces incluso el corazón de Africa. Lo que importa es que, para el puñado de personas con cuentas bancarias estratosféricas, este tipo de ecofilantropía es el lujo del momento.Y Chile, Argentina, Perú, Belice, México, Costa Rica y Brasil -por su belleza, biodiversidad y su oferta de lugares vírgenes- son los países preferidos para este tipo de acción directa que necesita -además de paraísos naturales para proteger- seguridad jurídica y estabilidad política, dos cosas que Africa, por ejemplo, difícilmente pueda garantizar todavía.

Douglas Tompkins -el norteamericano a quien Luis D Elía le cortó alambrados a la fuerza- es hoy el ejemplo más radical de esta tendencia: con un declarado objetivo conservacionista compró 250.000 hectáreas en los esteros del Iberá, aproximadamente 62.000 en Chubut (que ya donó y hoy forman el Parque Nacional Monte León), 14.000 en una zona lindera con el Parque Nacional Perito Moreno y 350.000 en el sur de Chile. Otros millonarios notables, hoy propietarios de grandes extensiones en nuestra Patagonia -Joseph Lewis, Ward Lay y Ted Turner- también han dado señales de que están interesados en preservar esas tierras, pero, en rigor, no se los puede incluir en la tendencia de conservacionismo radical (mucho menos a Luciano Benetton, que compró con fines productivos).

Jane Fonda y Michael Douglas -otras celebridades con declaradas buenas intenciones- hicieron también su viajecito de compras al sur de América. Johan Eliasch, diputado del Partido Conservador británico compró 160.000 hectáreas en la selva amazónica y Paul van Vlissingen, un multimillonario hombre de negocios holandés, compró en 2005 más de 4000 kilómetros cuadrados en Etiopía, en donde piensa fundar un gran "museo del planeta".

Pero mientras este conservacionismo radical (también llamado deep ecology ) es celebrado en algunos ámbitos como ejemplo extremo de altruismo planetario, para otros observadores -especialmente los observadores locales- son emblemáticos casos de un nuevo tipo de colonialismo, esta vez, teñido de verde. O de oscuras conspiraciones geoestratégicas que buscan poner en manos extranjeras recursos naturales de naciones en desarrollo.

Nuevo impulso

Lo cierto es que la ecofilantropía no es un fenómeno nuevo, ni siquiera en América latina. Lo que ocurre es que, a partir de los años 90, cobró un impulso que nunca había tenido antes. Especialmente durante el boom de las empresas tecnológicas y de Internet emergió una nueva raza de emprendedores-filántropos de la costa oeste de EE.UU. que desafió a las tradicionales ONG de la costa atlántica vinculadas a la inversión en defensa de la naturaleza. Según "Buy now and save!" -una investigación de Frank Zeller publicada por Worldwatch- , el cofundador de Intel, Gordon Moore, donó en 2001 261 millones de dólares a Conservation International para que investigara y comprara zonas calientes de la biodiversidad a las que llamó "las salas de emergencia del planeta". Ese mismo año, la Gordon and Betty Moore Foundation financió el proyecto "Los Amigos en Perú", a través del cual Amazon Conservation Association firmó un tratado con el gobierno por una concesión a largo plazo y de renovación permanente para proteger 138.000 hectáreas de bosques vírgenes y crear allí un corredor biológico.

Para especialistas como John Terborgh, profesor de estudios del medio ambiente de la Universidad de Duke y autor de los libros como Requiem for Nature y Continental Conservation: Scientific Foundations of Regional Reserve Networks , la reaparición de la ecofilantropía es una historia fascinante. "A medida que los grupos verdes tradicionales como Greenpeace han perdido cierta influencia y capacidad de recaudación -dice, en diálogo con LA NACION-, los llamados "land trusts" han conseguido una base de apoyo financiero más sólida para sustentar su crecimiento".

Así, grupos como Wildlife Conservancy Trust o The Nature Conservancy son los nuevos pesos pesados del movimiento ambientalista. The Nature Conservancy (que posiblemente se establezca en la Argentina este año, según adelantó a LA NACION), por ejemplo, tiene más de un millón de miembros, ha sido la responsable de la protección de más de 6 millones de hectáreas en EE.UU. y ha contribuido a preservar más de 40 millones de hectáreas en América latina, el Caribe, Asia y la zona del Pacífico. "Su filosofía ha sido siempre explícitamente mantenerse con un perfil bajo y alejados de cuestiones políticas como las que toma Greenpeace, y ser totalmente pragmáticos y trabajar con gobiernos, con empresarios, burócratas o lo que haga falta", aclara Treborgh.

Porque, según datos de la investigación publicada por Worldwatch , las tierras compradas para preservar hoy pueden venir de las fuentes más disímiles: en septiembre de 2004, el banco de inversión Goldman Sachs se sumó al mismo juego al donar a la Wildlife Conservation Society (WCS) una zona virgen de 275.000 hectáreas de Tierra del Fuego en la parte chilena.

Entre otras impactantes compras en nuestra región -muchas de ellas facilitadas por la WCS que maneja el zoológico del Bronx en Nueva York y trabaja en 53 países- cabe destacar la del filántropo neoyorquino Michael Steinhardt, quien compró las dos islas en el extremo más occidental de las Malvinas y se las donó a la WCS. Los popes de la entidad aseguran, a su vez, habérselas devuelto a los dueños legítimos de las islas: miles de pingüinos y la población más grande del mundo de albatros de ceño negro.

En el otro extremo, el parque privado Bosque Eterno de los Niños en Costa Rica es una reserva de 22.000 hectáreas que bordea la reserva biológica de la Nube de Monteverde y fue creada con donaciones de niños de distintas partes del planeta que fueron comprando las hectáreas poquito a poco, a 250 dólares cada una hasta convertir el proyecto en la reserva más grande de América Central.

Claro que algunas personas, sobre todo ricos industriales con espíritu emprendedor, prefieren tomar las cartas en el asunto personalmente en vez de depender de la lenta acción grupal, los vaivenes de los bancos o las a menudo burocráticas organizaciones filantrópicas. Comprar directamente para preservar uno mismo parecería ser, según la revista de Worldwatch , la forma más directa de conservación y la que da satisfacción más inmediata para personas acostumbradas a moverse rápido en el mundo de los negocios , aunque no todos lo ven como un ideal.

"Los millonarios son distintos, y muchas veces distintos de una manera que no es buena. Personalmente quedaría más impresionado con la filantropía de una persona si el dinero fuese donado a una organización establecida que puede tener una lista de grandes ideas para llevar a cabo. Esto también puede evitar conflictos entre los extranjeros ricos y la gente del lugar", señala John Whitehead, especialista de economía y medio ambiente de la Appalachian State University y miembro del consejo del Journal of Environmental Economics and Management.

Muchas veces lo que los moviliza a estos millonarios es un sentimiento cuasi religioso. "Esto es bastante obvio con sólo escuchar la retórica de los santuarios de la naturaleza, las catedrales de la vida salvaje, el hecho de referirse a extensiones de tierra como invalorables , como si fueran algo divino que está fuera del mercado -dice Jerry Taylor, especialista en medio ambiente del Instituto Cato de Washington-. Son como mutaciones paganas de la cristiandad."

Pero más allá de estas interpretaciones, el hecho es que muchos de estos megaproyectos extranjeros chocan o bien a veces con sospechas aún sin comprobación o bien con problemas concretos que afectan intereses locales. Ocurre con el African Parks Conservation de Paul van Vlissingen. En este momento, uno de sus desarrollos -el Parque Nacional de Omo, en Etiopía- manejado por su grupo desde 2005 pero habitado desde hace siglos por la tribu mursi, está en conflicto con los habitantes originarios porque 50.000 miembros están en peligro de ser desplazados. Algo similar ocurre con las tierras que compró el diputado conservador británico en Brasil: para él, esa inversión probablemente sea menos crucial que para los cerca de 1000 empobrecidos trabajadores de la industria maderera a la que Eliasch le compró las tierras.

Mal por definición

R.J. Smith, director del Center for Private Conservation de Washington DC y Senior Fellow for Environmental Policy de The National Center for Public Policy Research, insiste en que hay que tener cuidado: "Si en estas tierras que los supermillonarios están preservando se logra una mezcla privada de protección del hábitat con una utilización sustentable de recursos y ecoturismo pago, es posible que se logre proteger áreas de biodiversidad única. Pero para ello la gente de la zona y los indígenas deben incorporarse a la operación, el gerenciamiento de esas tierras y también participar del beneficio", dice.

Aún así, algunos argumentan que el planteo de la conservación privada en el Tercer Mundo está mal por definición. El panteo sería: estos millonarios ya contaminaron su parte del mundo y ahora vienen a impedir el desarrollo industrial del resto, cuando, en realidad, debería haber una acción colectiva de los países desarrollados y no impulsos privados aislados. "La acción colectiva en Occidente y en todas partes del mundo sería extraordinaria -concuerda David Anderson, autor del libro Environmental economics and natural resource management -, pero no es sencillo. En todas partes del mundo hay una educación inadecuada y falta de atención a los problemas ambientales. Cuando la acción colectiva no es posible, queda para quienes sí quieren y pueden hacer algo para mejorar la situación, y eso es exactamente lo que muchos de estos filántropos están haciendo. Es verdad que algunos de ellos han estado involucrados en las industrias manufactureras que contribuyen a la polución. Pero eso hace que sea tanto más apropiado que estén pagando de sus propios bolsillos para ayudar a resolver los problemas ambientales".

Smith, que también es especialista en medio ambiente del Competitive Enterprise Institute, lo enfoca de esta manera: "Si sólo se trata de una moda para tener acceso, por ejemplo, a una pesca de primera a la vez que se empuja hacia fuera a la gente nativa del lugar, es difícil que un bien genuino sea el resultado de estos experimentos. Han existido casos de conservación privada ejemplar en distintas partes del mundo, mucha de la cual ha sido más exitosa que la conservación en manos del Estado. Pero, en general, estos casos han involucrado a la gente del lugar. Por otra parte también hay casos de conservación privada, incluso por parte de ONG verdes, que han cruzado la raya de genuina conservación privada a lo que muchos llaman ecoimperialismo que ata a los locales a la pobreza. "

Muy pragmático, Anderson concluye que la hostilidad de la opinión pública del lugar suele ser hacia lo desconocido. "Cuando pueden entrar a ver lo que se está haciendo, muchas veces la perspectiva cambia. Para el medio ambiente es bueno mantener espacios vírgenes per se , aunque nadie los conozca. Pero si son muchos los que tienen la oportunidad de visitarlos, como ocurrió con algunas tierras de Tompkins en Chile, al valor educativo se suma un profundo impacto en la gente que ayuda a comprometerla con el cambio necesario."

Tierra protegida

El filántropo neoyorquino Michael Steinhardt compró las dos islas en el extremo más occidental de las Malvinas y se las donó a la Wildlife Conservation Society. La entidad asegura habérselas devuelto a los dueños legítimos de las islas: miles de pingüinos y la población más grande del mundo de albatros de ceño negro.

En septiembre de 2004, el banco de inversión Goldman Sachs donó a la Wildlife Conservation Society (WCS) una zona virgen de 275.000 hectáreas de Tierra del Fuego en la parte chilena.

The Nature Conservancy, líder del movimiento ambientalista que posiblemente se establezca en la Argentina este año, tiene más de un millón de poderosos miembros, que le han permitido proteger más de 6 millones de hectáreas en EE.UU. y más de 40 millones de hectáreas en América latina, el Caribe, Asia y la zona del Pacífico.

El cofundador de Intel, Gordon Moore, donó en 2001 261 millones de dólares a Conservation International para que investigara y comprara zonas calientes de la biodiversidad a las que llamó “las salas de emergencia del planeta”.

También en 2001, la Gordon and Betty Moore Foundation financió el proyecto “Los Amigos en Perú”, a través del cual Amazon Conservation Association firmó un tratado con el gobierno para proteger 138.000 hectáreas de bosques vírgenes y crear allí un corredor biológico.

Comments:
no existe en Chile una reglamentacion que protega las turberas ,la explotacion desmesurada del musgo sphagnum condujo a la desparicion de los mallines de la X region

www.ponponchiloe.blogspot.com
 
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