miércoles, abril 11, 2007
- CALLES DE LA CABA -
Las callecitas de Buenos Aires
Por Asher Benatar
Para LA NACION
Si bien es cierto que "las callecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo", es probable que el vate tanguero, al adjudicarle tal propiedad, convengamos que difusa, no se haya referido precisamente a sus denominaciones. Analizando los nombres de las calles de Buenos Aires (arterias, diría un escritor "exquisito"), llegamos a la conclusión de que los antiguos y desprestigiados ediles que hubimos de soportar por largas décadas y a quienes debemos la elección de estos nombres, han perdido la oportunidad de impartir justicia con amplitud y de hacer más grata la existencia de los porteños.
Una ley determina que ningún ciudadano puede tener el honor de que su nombre designe a una calle, aunque tenga méritos sobrados para ello, si no ha cumplido con dos obligaciones no demasiado agradables: la primera es haberse muerto, y la segunda es que del lamentado obituario hayan transcurrido por lo menos diez años. Habitual necrofilia argentina que ha dado por resultado una postergación, en muchos casos sine die , del justo homenaje que artistas, científicos, jueces (sí, aunque usted no lo crea), y tal vez políticos (por favor, señores, les ruego un poco de compostura), están obligados a esperar desde un presunto más allá.
Las calles porteñas tienen nombres. Nombres que no conocemos (por lo menos yo, a quien alguna gente informada calificará como ignorante). ¿Quiénes son, por ejemplo, Valle o Vera u Ocampo? ¿Valle Inclán, Vera Peñaloza, Silvina Ocampo? Ni siquiera un nombre de pila. ¿Qué debo agradecer al encontrarme con la calle Ortega: el trivial concepto del hombre y sus circunstancias o el profundo contenido metafísico encerrado en las líneas de Popotitos ? Confieso que nunca supe a quién se refiere la calle Pola, aunque me dijeron que homenajea la ciudad de Pula, ubicada en el Adriático, que perteneció a Yugoslavia y de la que no se tienen pruebas de su importancia en la suerte de los argentinos.
El primer juicio al que se llega es lamentable: montones de nombres han sido adjudicados al voleo, sin que mediaran las referencias al homenajeado ni los pergaminos que demostraran la justicia de tal designación. De esta manera, los nombres de las calles son percibidos como un simple fonema. El segundo juicio es que importantes actividades han sido dejadas de lado. Teatro, narrativa, cine, poesía, escultura, son encaradas tangencialmente, eligiendo (y esto muy raramente) sólo a sus figuras cumbres, con el agravante de que, salvo excepciones, se eligen cortadas, calles marginales de poca extensión y algo apartadas.
Hay que esperar diez años después de muertos, eso dice la ley. Bueno, olvidemos que somos argentinos y aceptémosla. Esperemos. Pero hay algo que no me queda muy en claro: ¿las obras también requieren de ese lapso? ¿Cuándo se da por muerta a una obra, cuando nadie la lee o la escucha o la mira? Porque allí podría estar la solución, recurrir a las obras. ¿A usted no le gustaría vivir en la esquina de Misteriosa Buenos Aires y Arlequín de Pettoruti? ¿O en Malena a la altura de Che, Bandoneón? Vamos, señores legisladores, trabajen, sé que es un esfuerzo titánico pero hagan funcionar el magín, revuelvan la biblioteca, lean, inauguren la Avenida Rayuela, la calle Flauta Mágica o la Plaza Divina Comedia.
Y por favor, no se olviden de hacer un catálogo con lo que cada denominación significa; después, puede lanzarse un CD a precios populares, ahora, con el turismo, gran tirada, un festival internacional, ocuparemos titulares de los diarios de todo del mundo, siempre pioneros, nadie podrá decir que somos sólo campeones morales, vamos vamos, Argentina, vamos vamos a ganar, y los dejo, tengo que visitar a una señorita que está muy buena y que vive en Los Caminos de la Libertad, entre Boquitas Pintadas y El Exilio de Gardel.