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domingo, noviembre 19, 2006

- OTRA VEZ LA EDUCACIÓN -

¿Para qué educar?

Los cambios del mundo exigen cambios en la educación. De qué forma transmitir valores útiles para la vida y ayudar a desplegar la sensibilidad y el deseo.

Por Alejandro Rozitchner.
Revista Noticias

Voy a plantear esta clase escrita como una especie de juego. Voy a hacerme preguntas y a responderlas de la manera más directa y clara posible, tratando de abordar algunas cuestiones relativas a la educación, al mundo nuevo, a valores de crecimiento y despliegue y a nuevos y necesarios sentidos sociales. El intento es el de volver a decir algunas cosas fundamentales, volver a pensarlas para captar en ellas matices que nos hagan abordarlas con la frescura necesaria. No pretendo tener la última palabra en ninguno de los temas tratados, busco introducir perspectivas capaces de generarnos entusiasmo y ganas de hacer.


1 ¿Qué es la educación?

Es el camino más efectivo para el crecimiento, se trate de un país o de una persona. Es la experiencia auxiliar que alienta el despliegue del ser propio, la aceptación del desafío que plantean nuestras potencialidades y deseos. Es el proceso por el cual la capacidad de desplegar vida y fuerza se concreta. Es la conquista de posiciones de conocimiento y solvencia frente a experiencias futuras. Podríamos decir que hay dos vías para mejorar la realidad social. Una es la política, capaz de afectar a la sociedad en poco tiempo, pero que resulta por lo general poco efectiva. Otra es la educación, tremendamente efectiva, pero con efectos sólo visibles a mediano o largo plazo. La educación es la política del crecimiento, una acción que debe ser instrumentada colectivamente desde un poder de gestión centralizado, capaz de generar un consistente proceso de florecimiento individual y comunitario.

La educación es el proceso por el cual una persona o una sociedad crecen en poder y acceden a nuevos niveles de capacidad, felicidad y plenitud. Aunque parezca inadecuado hablar de felicidad y plenitud en este contexto, no lo es. Si dejamos de lado el aspecto del disfrute personal necesario en los procesos educativos éstos se hacen más densos e irrealizables. Tal vez en otra época no fue así, no necesitó serlo, pero hoy en día la gratificación de los participantes es parte esencial de la construcción de cualquier experiencia creadora de valor, educativa, productiva o incluso política. Esta característica puede juzgarse una frivolización o ser sentida como una expresión de superficialidad, pero es exactamente lo contrario, es la aparición de un compromiso y de un realismo que constituye un avance social desde todo punto de vista.

La educación es también una bandera, una propuesta política cultural, una preocupación orientadora, una vía para transformar el amor por el mundo en procesos concretos de logro. La educación, bien entendida, es la forma de desplegar la sensualidad del sentido. El sentido de vivir se abre cuando una sensibilidad aprende a desplegarse y a paladear la vida, y la educación tiene que ver con esta búsqueda con la que las personas intentan ampliar sus capacidades plásticas y generadoras. Si bien antes solía pensarse que se trataba de un trasvasamiento de contenidos hoy sabemos que es más bien un camino de autoafirmación y conquista personal. Si no hay persona no hay saber ni aprendizaje ni nada. Y las personas se despliegan como procesos sensibles, en los que el impulso está ligado a un movimiento de conveniencia que es a la vez el único capaz de producir una riqueza objetiva y compartible.

Vale aclarar que, para este filósofo, el sentido de la vida es hacer el amor con el mundo. La idea proviene de la observación del comportamiento de un gato, que se acariciaba a sí mismo rozando amorosamente los contornos de las cosas. El sentido de la vida es experimentar la vida, buscando darse gusto y aumentar las capacidades, dando lugar a la aparición de todo tipo de riquezas, llevados por un ansía de satisfacción de las curiosidades y los deseos que existen en todos y deben ser alentados. No puede objetarse que la búsqueda de satisfacción y contento propio sea una prueba de falta de altruismo: debe entenderse que el orden de la realidad pasa hoy por las posibilidades de autoafirmación. Y conviene entender que se trata de un avance, de una conquista existencial relativamente reciente.

2. ¿Para qué educar o, para qué educarnos?

En su libro "El don de la terapia", Irvin Yalom, psicoterapeuta norteamericano conocido por sus excelentes novelas "El día que Nietzsche lloró" y "Un año con Schopen-hauer", sostiene que "los pacientes caen en la desesperación debido a su incapacidad para desarrollar y mantener relaciones interpersonales gratificantes", es decir, debido a sus problemas para lograr intimidad con otras personas. La intimidad es la zona del intercambio interpersonal en donde los seres que somos adquieren sus mejores cualidades, las que ensanchan y completan la existencia personal y las que al mismo tiempo permiten la posición más lograda para el aporte comunitario. Los capaces de intimidad son también capaces de amor, y más allá de las imágenes convencionales del romanticismo esto quiere decir: cuidado, esmero, atención, detalle, cualidades básicas para todo florecimiento.

Hay que educar y educarnos para mejorar la forma de relacionarnos, para generar capacidades de comunicación, para que podamos conocernos mejor y para saber qué queremos y cómo lograrlo. Es posible que todas las capacidades específicas que la educación tiende a construir sean más fácilmente conquistables en función de la fundamental apertura de una persona hacia un mundo poblado de otros. Otros que no deben ser concebidos como objetos impersonales de una intención moral, sino como personas concretas, afectivas y específicas, frente a los que se experimentan deseos y conflictos, alianzas y distancias. Si no abrimos esa vía central, si no partimos de ese fundamento de búsqueda individual de sentido y bienestar posible, dejaremos de contar con el móvil esencial y necesario. Y la intimidad, el contacto entre las personas en un nivel de autenticidad, espontaneidad y confianza, parece ser la fuente interpersonal de toda riqueza. Las clases deben ser pensadas como los ámbitos en donde esta intimidad debe ser cultivada y alcanzada. Nadie dijo que era tarea fácil, pero es bueno reconocer el valor de este objetivo, del cual tomamos conciencia recientemente.

Hay que educar para enriquecer individuos, porque las realidades sociales no se abordan de manera directa. Si avanzamos hasta dejar de lado la siempre fascistoide idea de pueblo o de masa, veremos que las comunidades son sumas de personas y que las cualidades que benefician al desarrollo de la vida social son las que surgen de la suma de esas individualidades cultivadas, potenciadas, reveladas. Es necesario dar lugar a una formación que aliente el deseo particular de sujetos reales en vez de sumirnos en un estrecho criterio de utilidad que debe ser producida, además, velozmente. Esto quiere decir, seguramente, educar a las personas como finalidades y no como medios, ni siquiera del más deseable desarrollo comunitario.

3 ¿Cómo interpretar la crisis educativa?

La educación está en crisis porque el mundo cambió y porque le cuesta ponerse a la altura de ese cambio. La educación está en crisis en nuestro país porque tenemos actitudes y pensamientos rígidos, conservadores, que nos hacen interpretar la formación como la construcción de una simulación o apariencia de seriedad y de bondad, y no como la búsqueda de una consistencia fundamental para el ser personal. La educación argentina está en crisis porque nuestra comunidad no logra reconciliarse con los hechos básicos de la vida, y llama a su profunda inmadurez "idealismo", a su impotencia escéptica "sabiduría crítica", a su hipocresía "ética". No es de la promoción de las individualidades de donde surgen estos males, sino de lo contrario: de las constantes limitaciones a su expresión y crecimiento. Son las estructuras grupales más férreas (militares, educativas, familiares) las que producen los individuos menos abiertos y capaces de fluidez vital, las que dan lugar a las personas más proclives a representar públicamente el bien y a negarlo en secreto.

Hay que educar a la educación para que sea capaz de comprender el cambio profundo de sentidos que vive nuestro mundo, y para que al hacerlo pueda acompañar los procesos de la vida actual, en vez de adoptar esa posición frecuente de reproche y desencanto con la que añora un mundo que ya no es ni puede ser. Cuando la educación hace esto reniega de su poder siempre vigente, y en vez de reinventarse tira la toalla. De esa forma da lugar a falsos caminos de mejoramiento, como la intención de recuperar situaciones del pasado (de un pasado muerto y mil veces muerto) o la de enfatizar valores que ya no tienen sentido más allá de toda sensatez.

4. ¿Se han perdido los valores?

Algunos se han perdido, otros han nacido. La moral no es sentido tallado en piedra, los valores son entidades vivas, en constante transformación. Los valores nacen, viven y mueren, y al morir dejan el lugar a valores nuevos. Algunos valores incluso han evolucionado, los valores son recursos de comunidades que le buscan la vuelta a su situación vital, no órdenes emanadas de la nada. Es necesario dejar de pensar el tema de los valores en blanco y negro, como si se tratara siempre de una oposición estricta entre el bien y el mal, e incluso hay que ir más allá de la gama de grises a la que acudimos cuando queremos volvernos un poco más sutiles, para dar lugar a una paleta en colores del valor, capaz de matices y de desarrollos que superen las dicotomías empobrecedoras y caricaturescas.

Primer ejemplo: un padre, antes, aspiraba a ser respetado por sus hijos. Cuando el padre hablaba el hijo debía callar. El valor se llamaba "respeto". Hoy en día los padres buscamos más bien ser queridos por nuestros hijos. Cuando hablamos queremos que se nos responda, no pretendemos silencio por parte de nuestros hijos, queremos charlar. El valor respeto ha sido suplantado por el valor amor, intimidad, comunicación. Éste es un cambio muy propio de nuestra época. ¿Se perdió el respeto? No, evolucionó, se regeneró en valores más completos, que lo incluyen, pero que también lo superan. Si alguien lamenta la pérdida del respeto está manifestando su incapacidad para jugar el juego de la época, más pleno y más valioso.

Segundo ejemplo: Antes regía el valor sacrificio. Alguien podía decir, dando prueba de entereza: cuando me casé ya sabía que no iba a ser feliz, pero permanecí treinta años junto a ella porque había dado mi palabra, no busco mi placer, soy persona de palabra y sé hacer sacrificios. Era bueno ofrecer la propia vida en aras de un logro superior, era valioso padecer la vida y soportar ese padecimiento, era valioso morir por una causa. Hoy nadie quiere perder su vida, nadie quiere morir por la patria (lo cual permite que no nos matemos tan fácilmente), ni adecuar su vida a exigencias que la condenen. Hoy pedimos valores por los que vivir, no valores por los que morir. Esto es bueno, es un buen cambio, pero tiene un efecto secundario en el que tenemos que pensar. Este nuevo planteo nos impide hacer las paces con la noción del esfuerzo.

Cuando era bueno morir por los valores, el sentido del esfuerzo estaba ligado con el sacrificio: había que sacrificarse. Hoy no queremos sacrificarnos, ¿cómo hacemos entonces para hacer esfuerzos? Entendiendo que el esfuerzo no es una expresión del deber, sino del querer. No hay que hacer un esfuerzo para dejarse de lado, hay que hacer un esfuerzo para asumirse y dar la batalla por la vida que uno quiere llevar. La vida plena que buscamos pide esfuerzos, esfuerzos que no nos van a matar, sino esfuerzos que nos van a hacer vivir más plenamente. Para esto tenemos que educar, y educarnos, para ser capaces de aceptar los obstáculos que naturalmente están en el camino de nuestros deseos.

5. ¿Se enseñan los valores?

Sólo de manera indirecta. Sabemos por experiencia que no se logra hacer de alguien una buena persona diciéndole trescientas millones de veces que es bueno ser bueno y que es importante portarse bien y que ser buena persona es necesario. No se logra formar por mera exposición de razones, esos métodos han sido probados y sabemos que no conducen al resultado deseado. Además, esa imagen del bien que hace que concibamos que ser buena persona es ser prolijo y formal es una imagen vacía, propia del imaginario de otra época, y hoy tenemos que aprender a generar una sociedad plena a través de una imagen del bien más verosimil. ¿Qué es ser buena persona hoy? ¿Sirve la imagen de la bondad? ¿No habrá otros valores más precisos, más útiles, más importantes y efectivos a la hora de formar las actitudes de los alumnos en todos los niveles educativos? ¿Podremos superar la promoción de imágenes inconsistentes de la virtud, lograr conectar con virtudes más adecuadas a nuestra necesidad actual, más enteras, más realistas, más útiles?

6. ¿Cómo se hace para educar moralmente?

Hay que captar y reproducir los valores propios de nuestra época, ésos que llevamos en nosotros pero que nos cuesta pensar. El pensamiento atrasa, no tiene palabra para decir el sentido actual, proyecta sobre el presente sombras del pasado al servirse de una gama de conceptos que ya no aplican. Se forma personas buenas si se les ayuda a desplegar su sensibilidad y su deseo, no si se las intenta someter a una inadecuada noción del deber. Una educación moral hoy pide que formemos protagonistas, pasó el tiempo de la modosidad. La excitación está en el aire, gracias a los medios de comunicación y a la libertad cada vez mayor de expresión y a la libertad de nuestras costumbres. El conocimiento está suelto, anda por ahí, ya no habita las instituciones educativas, cuesta hacerlo entrar allí. Educar para el bien es hoy educar para el deseo. Si algo hay que decir del aire de nuestra época es que está cargado de posibilidades y de libertad, y la alta conflictividad que por momentos nos asusta es testimonio de estas transformaciones. Tenemos que habituarnos a entender e intervenir en el mundo, antes de dejar que se disparen en nosotros los automatismos de la crítica y el temor frente a cada cosa. Mirar a los ojos el mundo actual es ser capaces de sintonizar con su enorme dosis de fuerza, de comprender hasta qué punto impera hoy, como siempre, un movimiento de desborde y exuberancia propios del fenómeno de la vida.

Si una persona es apoyada en el despliegue de su querer formará en sí misma una sensibilidad vital, amorosa, abierta. Si es educada en el intento de hacerla caber en el molde de un deber inverosímil empezará a albergar resentimiento, desazón, desinterés. Hay que enseñar a las personas a que sean capaces de ayudarse a sí mismas, a transformarse en protagonistas de sus vidas, a asumir la aventura de ser una persona que quiere crecer y quiere vivir bien: ese, es un objetivo valiosísimo. Y es a la vez, como dijimos, un aporte social imprescindible. La sociedad no mejora neutralizando a los individuos sino potenciándolos: darles alas a las personas no es despreocuparse por el bien social sino exactamente lo contrario. Queremos una sociedad llena de individuos plenos y capaces, no un universo asistencialista de pasividad y esclavizado agradecimiento.

7. ¿Cuáles serían los valores de una nueva moral, adecuada a los tiempos?

Estamos un poco atascados en el uso de valores que nos parecen importantes pero a la vez traban nuestra acción. Son valores que hablan de otro tiempo, aplicables a otro tipo de problemas, a otro tipo de personas, ineficaces para las situaciones que debemos enfrentar hoy. Al intentar aplicarlos es como si habláramos en un idioma que no dice nada. Tenemos que reconocer y aclarar esos otros valores que nos ayudarían en cambio a crecer.

La serie convencional conformada por los valores de la decencia, el respeto, la seriedad, la planificación, el sacrificio y la racionalidad, deja paso a la serie conformada por los valores del entusiasmo, la innovación, la intimidad, la comunicación, la organicidad, la autenticidad, la espontaneidad, la distensión y el bienestar. El rigor deja paso a la aventura, ¿cómo pensar este cambio?

Hablar de moral no es buscar hacernos los buenos, es necesario entender que el tema de los valores sirve para localizar o inventar criterios o categorías que puedan funcionar como recursos para desarrollar los proyectos que queremos desarrollar. De lo que se trata es de decir qué queremos. Ése es el punto moral. Animarse a querer, formular un objetivo o un deseo, implica también ver los matices de nuestra realidad y armar una situación de vida.

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