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jueves, noviembre 09, 2006
- MERCOSUR... -
Un Mercosur al desnudo
MONTEVIDEO
Era la Cumbre Iberoamericana más preparada. Desde la creación de la Secretaría Iberoamericana, Enrique Iglesias se dedicó –desde Madrid– a darle el mayor vuelo posible: seminarios, conferencias, espectáculos musicales populares, fueron rodeando el acontecimiento internacional, con la razonable idea de añadirle una resonancia que el solo hecho diplomático normalmente no logra. Se buscó, además, un tema específico y de incuestionable vigencia en todo el ámbito iberoamericano: las migraciones. En esa perspectiva, la reunión marchó dentro de lo previsto. Desde la sobria inauguración en el histórico Teatro Solís –anterior al Colón en 43 años como coliseo operístico– hasta la reunión final en el Hotel Radisson Victoria Plaza, la andadura no tuvo sobresaltos. Ni siquiera las protestas, que acompañan en estos tiempos todas estas reuniones, tuvieron la menor resonancia.
La Comunidad Iberoamericana sigue su marcha, entonces. Y ello no es baladí, aunque no suele comprenderse demasiado, porque se le reclama a estos encuentros concreciones en términos de comercio. Es sabido que España no es una gran potencia mundial, ni mucho menos lo es una América latina que, no obstante sus 380 millones de habitantes y su crecimiento generalizado en los últimos cuatro años, dista mucho de pesar en el concierto mundial. Sin embargo, la madre patria es el país europeo que más se ha modernizado, el idioma español es el que más crece en el mundo (es el segundo en los EE.UU. y en Europa), el relacionamiento empresarial y universitario es cada vez más profundo y la propia cultura hispánica ya no es mirada como un lastre, sino como un vigoroso activo.
De esto se trata: de mostrar ante el mundo un espacio de civilización activo, dinámico y en expansión que, pese a sus tropezones, hasta muestra más democracia que nunca antes. O sea que bastaría con la foto, ya de por sí un valor; pero hoy por hoy es bastante más. Hay puentes de cooperación, hay inversiones que van y que vienen, hay un franco diálogo político, hay una lengua que no sólo sirve para que la exalten los Borges o los Octavio Paz, sino que está probado que está ayudando al comercio y a los flujos migratorios.
Dentro de ese panorama razonablemente prometedor, el Mercosur ha exhibido esta vez, en profundidad, su crisis. No se trata sólo de que la coordinación macroeconómica no avanza ni un milímetro, ni de que la libertad comercial ha retrocedido, ni de que el famoso “arancel externo común” está más perforado que un colador. Ahora, ante toda la comunidad iberoamericana, ha quedado en claro el desafecto que paraliza su actividad.
Para empezar, el presidente pro tempore del Mercosur, el presidente de Brasil, no vino, alegando una recomendación médica que, según parece, le aconsejó lucir fotográficamente en las doradas arenas de una playa bahiana. Que un presidente alegue cansancio parece una obviedad (normalmente los presidentes están cansados). Y más aún cuando se trata de compromisos agendados con un año de anticipación y rubricados por la condición presidencial del grupo. Que luzca en traje de baño suena aún a menos elegante.
Para seguir, el novel miembro pleno, Venezuela, tampoco estuvo representado por su dinámico presidente, que vive arriba de los aviones, pero que esta vez prefirió atender episodios de su campaña electoral vernácula. Los legisladores uruguayos, de la mayoría cómoda que posee el partido de gobierno, le habían preparado el recibimiento de ser el primer país que daba aprobación parlamentaria a su incorporación oficial al Tratado regional. Para ello, entre gallos y media noche –nunca más válida la clásica expresión– reunieron a marcha forzada al Senado y, a las 48 horas, hicieron lo propio con la Cámara de Diputados, a la que convocaron para la una de la madrugada, a fin de sortear escollos reglamentarios, y aprobar la modificación del Tratado de Asunción. Afeitados y sin visita, en vano esperaron el agradecimiento torrencial que brindaría el presidente caribeño.
Por si algo faltara, la desavenencia rioplatense se patentizó en una declaración previa del presidente uruguayo, diciendo que no habría diálogo con el presidente argentino mientras mediaran cortes de puentes (definición acertada en el fondo, pero de cuestionable oportunidad), respondida con un nuevo reclamo de la Argentina por presuntas violaciones al Estatuto del río Uruguay.
De este modo, resultó que si los miembros de la Comunidad Andina han adolecido de tantos padecimientos, no vieron ahora menores dolores en sus colegas sureños. Todos se golpeaban el pecho con razón, indignándose ante el muro norteamericano en México, pero en las rutas rioplatenses, a la misma hora, se levantaba otro muro en Gualeguaychú.
La disposición, siempre positiva, del rey Juan Carlos de España, puso la única nota de civilidad entre tanta rispidez, ofreciendo su intervención para facilitar el diálogo entre los dos países que, además de limítrofes y ser hijos de la misma matriz histórica son, de todos los presentes, los que más se parecen entre sí. Bienvenida, entonces, la presencia de un rey que tanto ha hecho por España, y porque Iberoamérica tenga, justamente, una presencia en el mundo. Pero qué penoso que tenga que venir él, desde el otro lado del Atlántico, para que conversen quienes nacieron juntos.
Por Julio María Sanguinetti
Para LA NACION
MONTEVIDEO
Era la Cumbre Iberoamericana más preparada. Desde la creación de la Secretaría Iberoamericana, Enrique Iglesias se dedicó –desde Madrid– a darle el mayor vuelo posible: seminarios, conferencias, espectáculos musicales populares, fueron rodeando el acontecimiento internacional, con la razonable idea de añadirle una resonancia que el solo hecho diplomático normalmente no logra. Se buscó, además, un tema específico y de incuestionable vigencia en todo el ámbito iberoamericano: las migraciones. En esa perspectiva, la reunión marchó dentro de lo previsto. Desde la sobria inauguración en el histórico Teatro Solís –anterior al Colón en 43 años como coliseo operístico– hasta la reunión final en el Hotel Radisson Victoria Plaza, la andadura no tuvo sobresaltos. Ni siquiera las protestas, que acompañan en estos tiempos todas estas reuniones, tuvieron la menor resonancia.
La Comunidad Iberoamericana sigue su marcha, entonces. Y ello no es baladí, aunque no suele comprenderse demasiado, porque se le reclama a estos encuentros concreciones en términos de comercio. Es sabido que España no es una gran potencia mundial, ni mucho menos lo es una América latina que, no obstante sus 380 millones de habitantes y su crecimiento generalizado en los últimos cuatro años, dista mucho de pesar en el concierto mundial. Sin embargo, la madre patria es el país europeo que más se ha modernizado, el idioma español es el que más crece en el mundo (es el segundo en los EE.UU. y en Europa), el relacionamiento empresarial y universitario es cada vez más profundo y la propia cultura hispánica ya no es mirada como un lastre, sino como un vigoroso activo.
De esto se trata: de mostrar ante el mundo un espacio de civilización activo, dinámico y en expansión que, pese a sus tropezones, hasta muestra más democracia que nunca antes. O sea que bastaría con la foto, ya de por sí un valor; pero hoy por hoy es bastante más. Hay puentes de cooperación, hay inversiones que van y que vienen, hay un franco diálogo político, hay una lengua que no sólo sirve para que la exalten los Borges o los Octavio Paz, sino que está probado que está ayudando al comercio y a los flujos migratorios.
Dentro de ese panorama razonablemente prometedor, el Mercosur ha exhibido esta vez, en profundidad, su crisis. No se trata sólo de que la coordinación macroeconómica no avanza ni un milímetro, ni de que la libertad comercial ha retrocedido, ni de que el famoso “arancel externo común” está más perforado que un colador. Ahora, ante toda la comunidad iberoamericana, ha quedado en claro el desafecto que paraliza su actividad.
Para empezar, el presidente pro tempore del Mercosur, el presidente de Brasil, no vino, alegando una recomendación médica que, según parece, le aconsejó lucir fotográficamente en las doradas arenas de una playa bahiana. Que un presidente alegue cansancio parece una obviedad (normalmente los presidentes están cansados). Y más aún cuando se trata de compromisos agendados con un año de anticipación y rubricados por la condición presidencial del grupo. Que luzca en traje de baño suena aún a menos elegante.
Para seguir, el novel miembro pleno, Venezuela, tampoco estuvo representado por su dinámico presidente, que vive arriba de los aviones, pero que esta vez prefirió atender episodios de su campaña electoral vernácula. Los legisladores uruguayos, de la mayoría cómoda que posee el partido de gobierno, le habían preparado el recibimiento de ser el primer país que daba aprobación parlamentaria a su incorporación oficial al Tratado regional. Para ello, entre gallos y media noche –nunca más válida la clásica expresión– reunieron a marcha forzada al Senado y, a las 48 horas, hicieron lo propio con la Cámara de Diputados, a la que convocaron para la una de la madrugada, a fin de sortear escollos reglamentarios, y aprobar la modificación del Tratado de Asunción. Afeitados y sin visita, en vano esperaron el agradecimiento torrencial que brindaría el presidente caribeño.
Por si algo faltara, la desavenencia rioplatense se patentizó en una declaración previa del presidente uruguayo, diciendo que no habría diálogo con el presidente argentino mientras mediaran cortes de puentes (definición acertada en el fondo, pero de cuestionable oportunidad), respondida con un nuevo reclamo de la Argentina por presuntas violaciones al Estatuto del río Uruguay.
De este modo, resultó que si los miembros de la Comunidad Andina han adolecido de tantos padecimientos, no vieron ahora menores dolores en sus colegas sureños. Todos se golpeaban el pecho con razón, indignándose ante el muro norteamericano en México, pero en las rutas rioplatenses, a la misma hora, se levantaba otro muro en Gualeguaychú.
La disposición, siempre positiva, del rey Juan Carlos de España, puso la única nota de civilidad entre tanta rispidez, ofreciendo su intervención para facilitar el diálogo entre los dos países que, además de limítrofes y ser hijos de la misma matriz histórica son, de todos los presentes, los que más se parecen entre sí. Bienvenida, entonces, la presencia de un rey que tanto ha hecho por España, y porque Iberoamérica tenga, justamente, una presencia en el mundo. Pero qué penoso que tenga que venir él, desde el otro lado del Atlántico, para que conversen quienes nacieron juntos.
Por Julio María Sanguinetti
Para LA NACION
