viernes, noviembre 10, 2006
- LOS DINEROS CIUDADANOS -
Sería un absurdo que la ciudad de Buenos Aires, uno de los distritos más ricos del país, tuviera un presupuesto deficitario en momentos en que la Nación continúa acumulando superávit. El equilibrio y el superávit han sido elementos sobresalientes de las administraciones de la ciudad desde que obtuvo su autonomía -con la sola excepción del primer año, 1996, cuando se produjo el traspaso de responsabilidades-, dos características que no deberían abandonarse en beneficio de la salud financiera pública y de los contribuyentes.
El sorpresivo reemplazo del secretario de Hacienda porteño en medio de la discusión del presupuesto de 2007 desnudó la cruda realidad que atraviesan las finanzas de la ciudad de Buenos Aires: los ingresos no son suficientes para cubrir el aumento de gastos, que en los últimos años parecen haberse disparado.
El saneamiento de las cuentas públicas, una vez consagrada la autonomía, le ha permitido a Buenos Aires transitar sin grandes sobresaltos los períodos más oscuros de la crisis política, financiera y social que conmovió a la Argentina a fines del siglo último y principios del actual. No es poca cosa cuando el resto del país fue inundado con cuasi monedas que pusieron al descubierto la insolvencia e incapacidad de los gobiernos provinciales de hacer frente a la administración de la cosa pública.
Sin embargo, este año apareció un déficit operativo del orden de los 700 millones de pesos, no previstos en el presupuesto original sancionado por la Legislatura, lo cual obligó a sus integrantes a sincerar la situación y aprobar una modificación en agosto último. El fondo anticíclico, creado para hacer frente a situaciones de emergencia, se ha ido reduciendo considerablemente y se achicaría a niveles prácticamente inexistentes, de continuar la tendencia demostrada este año y cumplirse lo expuesto por el jefe de gobierno, Jorge Telerman, en el sentido de usar esos recursos para nivelar el presupuesto.
Si se compara el presupuesto aprobado para el año en curso con el vigente hacia fines de agosto último, cuando se aprobó la citada modificación, se puede observar que se destinaron 1000 millones de pesos adicionales sobre un presupuesto proyectado de 7500 millones de pesos. Eso representa un incremento del 14,7 por ciento en los gastos. De ese total, cerca de 500 millones se han destinado al pago de aumentos salariales y a solventar nuevas incorporaciones de personal a una planta ya de dimensiones elefantiásicas.
El sector de la administración que presenta el mayor incremento del gasto es el correspondiente a la dirección ejecutiva de la administración gubernamental, que pasó de 243 millones de pesos a 423 millones con el cambio presupuestario. El monto del incremento equivale a la previsión del gasto en ecología (212 millones), muy superior a lo fijado para agua potable y alcantarillado (93 millones). En cambio, hubo una reducción de fondos para el sector viviendas, a pesar de los problemas habitacionales que persisten en la ciudad.
El flamante secretario de Hacienda, Sergio Beros -reemplazó a Guillermo Nielsen luego de una polémica por la presentación del cálculo de ingresos y gastos para 2007 con un déficit de 1000 millones de pesos- ha prometido enviar un nuevo proyecto de presupuesto a la Legislatura que no contemple déficit ni prevea la probabilidad de apelar al endeudamiento. Hasta el momento, la ciudad ha encarado obras de infraestructura importantes, como la extensión de la red de subterráneos y obras hidráulicas, sin déficit ni colocación de deuda pública.
El costo de la economía sustentada en el endeudamiento público y el déficit fiscal de los 90 fue enorme para los argentinos, además de haber permitido sacar conclusiones fundamentales a quienes hoy gobiernan no sólo en nuestro país, sino en el resto de América latina, sobre la necesidad de reducir el peso de la deuda como un paso esencial para obtener mayor independencia y capacidad de decisión.
Es de esperar que las autoridades de la ciudad apelen al sentido común, utilicen los dineros públicos con mayor eficiencia y avancen hacia una reducción del peso del sector público, para no volver a caer en la pesadilla de obligar a los porteños a convivir con déficit crónico, que siempre terminan cubriendo los vecinos con mayores impuestos y endeudamiento.