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Ciencia, mercado e ilusión


Las permanentes publicaciones sobre importantes descubrimientos científicos, la revelación de encuestas vinculadas a la enfermedad o los inminentes procedimientos que pondrán a la población en situación de detectar precozmente cualquier alteración de sus variables biológicas para la prevención de su salud, no nos liberan, a los que percibimos junto al paciente la mayor cercanía de la realidad que de la ilusión, de la responsabilidad de emitir una opinión sobre cómo la sociedad puede elaborar toda esta información cotidiana.

El desarrollo vertiginoso de la investigación genética -que, por ejemplo, en estos días mereció la recompensa de la adjudicación de los Premios Nobel dedicados a la medicina y a la química- y la decodificación del genoma humano que la biología molecular logró en la última década, conduce, invariablemente, a la generación de expectativas ciertas en el complejo proceso de aprendizaje, que la ciencia efectúa permanentemente en la producción del nuevo conocimiento sobre las enfermedades.

También, el mes pasado, se conoció en nuestro país y en Brasil la noticia proveniente de una prestigiosa empresa holandesa, muy vinculada a la medicina, y difundida al periodismo de América latina en su propio país de origen, sobre los progresos y acciones científicas destinadas a la efectivización terapéutica de una medicina molecular. Se trata de una investigación que permitiría, al cabo de los próximos cinco años, la producción de microesferas o burbujas de un tamaño celular, que podrían llevar una droga en forma de polímero hasta el exclusivo destino deseado; por ejemplo, en el caso de un tumor.

Este anuncio se complementó, también, con el cercano lanzamiento al mercado de un equipamiento interactivo, que permitiría al propio paciente el telemonitoreo -por intermedio del televisor de su propio hogar- de las funciones comprometidas en las enfermedades crónicas (cardiovasculares o metabólicas) de la que fuera presunto o cierto portador.

Finalmente, en nuestra ciudad y en esta semana, una consultora nacional reveló que el sesenta por ciento de los mayores de 30 años no conocían el valor de su colesterol y, eventualmente, tampoco su importancia para el control de la enfermedad cardiovascular.

Mito, realidad y consecuencia

Respecto del avance del conocimiento científico en el campo biológico, resulta imprescindible alejarse del fundamentalismo que induce cada noticia respecto de su cercana influencia en el tratamiento de la enfermedad incurable, aunque en un siglo como el que concluyó hubo muchas contribuciones que permitieron aumentar en treinta años la expectativa de vida de la población, que tuvo asegurado su derecho a la salud.

Pronosticar el desarrollo de una medicina molecular no carece de atractivo y de soporte científico, pero son siempre muchos los escollos del avance en la traslación de un aporte a la medicina asistencial, y ninguno está exento de producir inconvenientes adicionales severos respecto del beneficio que se quiere proporcionar, como ha ocurrido y ocurre, para mencionar un ejemplo totalmente distinto, con las diversas estrategias terapéuticas que se han intentado e intentan en la sepsis, infección severa y generalizada de todo el organismo, que ocasiona el mayor porcentaje de muerte en el paciente crítico internado en terapia intensiva.

Y en esta recorrida temática sobre aspectos presentes y futuros de la salud y de la enfermedad en la sociedad, debemos reconocer, respecto del ejemplo citado por la referida encuesta, cuán variable ha sido y es el consejo sobre la prescripción dietética y hasta los valores normales del colesterol total y de cada uno de sus tipos, aun en una misma generación. Y no sólo ello, también las divergencias sobre qué debe tratarse, cómo y cuándo.

Una misma persona ya ha escuchado distintas versiones y verdades sobre el mismo tema en el transcurso de su propia vida. Puede no resultar un desatino, entonces, interpretar que el desconocimiento sobre el tema que ahora se verifica sea una expresión de incredulidad.

Y en la línea de sofisticado autocontrol de una enfermedad crónica, que anuncia la citada empresa holandesa y que implicará sin duda inversión y costo, le ha permitido a un ejecutivo de la misma enunciar la sorprendente afirmación respecto de la salud: "Hasta 1900, el responsable único era Dios; luego fueron los médicos hasta la década del 90; hoy, cada persona podrá planificar el cuidado de su salud".

Finalmente, no debe olvidarse en este análisis que el desafortunado aprovechamiento económico de estos hechos que relatamos contribuye a provocar severos inconvenientes y desvíos en cada circunstancia. Estos intereses están presentes en las técnicas que se derivan del más escrupuloso descubrimiento científico, y un ejemplo que siempre se recordará fue el peligro que representó la incursión de una empresa privada en el proyecto Genoma Humano, como posible pérdida para el patrimonio de la humanidad de la disponibilidad para todos de ese conocimiento trascendental.

Y está vigente este aspecto en el desarrollo de nuevas drogas, que pueden ser trasladadas al uso masivo sin los correspondientes recaudos de seguridad y control posteriores, como ocurrió con una generación de antiinflamatorios que, en 2005, fueron retirados del mercado mundial cinco años después de su lanzamiento. Igual reflexión merece, respecto del predominio de un exclusivo interés lucrativo, la creación artificial de mercados de la prevención de la enfermedad, de preenfermedades y de la investigación imperativa de valores biológicos e imposición a la vida cotidiana de condiciones cuestionables, cuyo incumplimiento eventualmente perturbará el futuro de la salud.

Todo nuevo procedimiento preventivo o curativo para distintas situaciones mórbidas, debe tener en común la meta principal de lograr un mejor bienestar del hombre y, por ende, de la sociedad en su conjunto. Y aunque resulte difícil creerlo, ni el investigador ni la sociedad ni el paciente pueden discriminar siempre lo cierto de lo incierto, lo permanente de lo fugaz o la investigación en curso de la certeza.

Ese objetivo primario de bienestar humano no está ligado, necesariamente, a la prevención y tratamiento de la enfermedad y la exclusiva intervención médica, sino a la generación de condiciones y modos de vida que, en un entorno y un medio ambiente favorables, nos permita disfrutar de lo que podríamos contextualizar como vida saludable.

Deberá creerse en la existencia de un concepto de salud más social que biomédica (salud integral), deben existir normas reguladoras de la investigación que no olviden al hombre como sujeto moral y a la sociedad como custodio de la humanidad, y todos debemos contribuir para obtener una mayor educación de los niños y los jóvenes como único recurso de cambio para una modificación de la cultura de los años por venir.

Y, entretanto, asoman siempre en la medicina las verdades que desde hace dos mil quinientos años nos marca el aforismo hipocrático: "La vida es breve; el arte, extenso; la ocasión, fugaz; la experiencia, insegura; el juicio, difícil. Es preciso no sólo disponerse a hacer lo debido uno mismo, sino, además (que colaboren) el enfermo, los que le asisten y las circunstancias externas".


Por Carlos R. Gherardi
Para LA NACION
El autor es doctor en Medicina, director del Comité de Ética del Hospital de Clínicas.