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miércoles, noviembre 08, 2006

- BASURERO URBANO -

Basta de basura


Lo que hace años veíamos abrumados y apesadumbrados en la periferia de Bombay está hoy aquí. En nuestro país, un país subpoblado y rico en alimentos que hasta anteayer era el granero del mundo. Y en nuestra propia ciudad.

Desde la ventanilla del tren (del Ferrocarril San Martín) lo que aparece a partir de la Chacarita, siguiendo por La Paternal y terminando en Villa del Parque, nos estremece. ¿Estamos en la Argentina o en otra parte ? Una fila de casuchas de cartón, chapa y polietileno está armada en medio de la basura, paralela a la vía. Colinas de basura se extienden a lo largo del trecho mencionado, como un cordón, y montones de personas están deambulando allí, en medio de los residuos, en la más espeluznante de las visiones. Advertimos gente durmiendo sobre colchones colocados en medio de la basura. Niños, ancianos caminando en medio de la basura. Está a la vista, están a la vista.

El corazón se nos parte entre la compasión y el horror.

Lo que antes se mostraba en lugares alejados, descampados -como la famosa Quema-, forma parte hoy del paisaje cotidiano de nuestra capital y de sus alrededores.

Porque a esta larga y estrecha villa miseria -la más miserable de todas, la peor que hemos visto- se suman otras escenas que se desarrollan a cualquier hora del día, pero sobre todo al anochecer, y con mayor impacto en el microcentro.

Ya nos estamos acostumbrando a presenciarlas. Las esquinas de Buenos Aires, repletas de desechos repulsivos, hombres, mujeres y niños sin niñez hurgando en ellos, rompiendo las bolsas negras y desparramando por doquier ese hediondo contenido, esa basura que es el vómito tapado de las grandes urbes. Y ni hablemos del olor cuando llegan los grandes calores...

En épocas más ingenuas, una revista que estaba de moda inventó una nota: los periodistas tenían que revisar las bolsas de basura de algunos personajes famosos. Luego publicaban qué habían encontrado en las bolsas. Llamaron a eso "basurología". Había algo de intimidad violada, de perversa curiosidad. Era, en el fondo, una pícara frivolidad en épocas de mayor bonanza, donde a nadie se le hubiera ocurrido que hurgar en la basura se convertiría en un modo de subsistencia.

Recordamos también que hace casi veinte años, en Mar del Plata, un gran boxeador que todos admirábamos, en medio de una discusión, lanzó por el balcón a su mujer y la mató.

El único testigo de la escena fue un personaje a quien se le llamó entonces "el cartonero Báez". Se nos hace que era la primera vez que oíamos esa palabra, "cartonero". Actualmente se trata de algo diario, de una triste ocupación, del paupérrimo negocio de una clase desclasada. Hay, al parecer, 40.000 cartoneros en la Capital, que no ganarían más de 30 pesos por día. Ellos, a su vez, son explotados por otros. Porque su recolección va primero a los acopiadores y luego a los recicladores.

Mirarlos pasar de noche, con sus carros o carritos llenos de cartones rescatados de la inmundicia, nos lastima en lo más profundo de nuestro ser. Peor es mendigar, claro. O prostituirse, o delinquir.

Pero nos duele su realidad porque mantiene algo de dignidad en la indignidad. Necesitaríamos aquí varios economistas como el bengalí Muhammad Yunus y muchas sucursales de su Grameen Bank para ayudar a tanta gente a salir de la indigencia y buscar nuevos emprendimientos.

"Algo huele mal en la Argentina", diría Hamlet, tapándose la nariz. Y tendría razón. Sobre todo si dijera eso viendo a la gente que espera la recolección de basura en la puerta de los lujosos restaurantes de Puerto Madero.

El escenario de Buenos Aires significa hoy la convivencia con la basura y los hurgadores de basura. Personas humildes, pobres, en el sentido propio y figurado. Convivimos con ellos y su quehacer y ellos conviven con las pestilencias, la suciedad, la enfermedad y la peligrosidad. Vuelta a vuelta alguno se corta con alguna lata, con alguna botella rota, con algún otro elemento filoso.

Las autoridades de la ciudad, en una anterior gestión, probaron con la separación de la basura. Para ello, repartieron bolsas especialmente impresas. Duró lo que dura un suspiro. Repartieron las bolsas hasta que se les terminó el stock de las buenas intenciones mal implementadas, o el negocio, que seguramente lo fue para alguno.

¿Cómo puede ser que no se resuelva el problema de la basura, cómo puede ser que no se encuentre la manera de evitar que los cartoneros tengan que diseminar los residuos por doquier?

Pero, lamentablemente, la basura con la que convivimos no sólo es ésta, la literal. No son solamente los desechos, lo podrido, lo sobrante, lo infecto, lo inservible, aquello que se arroja al tacho.

La basura está en muchas otras cosas a las que, asimismo, nos vamos acostumbrando. Está en unos cuantos programas de televisión bochornosos (por algo se la llama "televisión basura"). En algunas comidas rápidas que consumimos (por algo se las llama "comida basura" o "comida chatarra"). La basura está también en el exceso de palabrotas que se derraman sobre el público a través de los medios auditivos y visuales. Hasta en el cine y en el teatro sucede eso, y muchos creen que cuanto más gritan los actores y cuantas más malas palabras dicen mejores intérpretes son.

Este sobredimensionamiento de la grosería -en los más de los casos, gratuita- también es escoria que se nos hace consumir a diario.

Es una lástima todo eso. Por momentos, parecemos salir del grotesco mundo de la película italiana Feos, sucios y malos . Cuando, seguramente, todos debemos de amar lo que es bello, limpio y bueno. A muchos de nosotros, a los que nos rebelamos, no nos gusta vivir en medio de la basura, comer basura, oír basura, oler basura. Nos rehusamos a que la basura, en todas sus formas, se convierta en nuestra nueva manera de vivir.

Nosotros, los que no nos conformamos, los que deseamos una Argentina mejor, preferimos las calles limpias, la gente trabajando en trabajos que la dignifiquen, una sociedad con clases menos polarizadas. Un lenguaje donde se deslicen las palabrotas solamente cuando es imposible evitarlas. Y entretenimientos audiovisuales menos vulgares, burdos y estúpidos.

Le decimos entonces basta a toda esta basura con la que coexistimos. Una de las cosas que hemos aprendido, gracias a cierta experiencia, es que la sordidez y la brutalidad no son las únicas opciones que tenemos en esta vida. Se puede convivir con lo peor, claro. Preferimos lo mejor. Es posible.


Por Alina Diaconú
Para LA NACION

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