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miércoles, octubre 25, 2006
- EDUCACIÓN -
Más ciencia en la escuela, una meta importante y lejana
Se habla mucho de la necesidad de mejorar la calidad de la educación básica en América latina, y las estrategias que se auspician para ese propósito son varias: perfeccionar la formación de los docentes, aumentar el tiempo de permanencia en la escuela, mejorar la infraestructura y equipar los establecimientos de enseñanza. Son todas válidas, y puestas en práctica colaboran para mejorar la educación. Con todo, existe una alternativa de gran impacto que no se recuerda a menudo: la incorporación de la enseñanza de ciencias desde los primeros años de la enseñanza básica.
En América latina, en general, se pone poco énfasis en la enseñanza de ciencias en la educación básica, a pesar de la fuerte presencia de la tecnología en la vida de las personas y el lugar central que ocupa la innovación tecnológica como elemento de competencia entre las empresas y las naciones.
El enorme déficit que existe en materia de docentes de física, química, matemática y biología es una fuerte evidencia de la poca atención que se le presta en la región a la formación en el área de las ciencias.
Al mismo tiempo, en diversas partes del mundo, incluso de América latina, se ha experimentado el impacto positivo que tiene la enseñanza de ciencias en la calidad de la educación.
La Argentina, Uruguay, Chile, Costa Rica y Cuba poseen las mejores estadísticas en educación de la región y son ejemplos de países que percibieron que la enseñanza de ciencias puede ser muy importante y productiva.
El impacto de la enseñanza de ciencias en la calidad de la educación se debe al hecho de que involucra un ejercicio extremadamente importante de la razón, lo que despierta en el niño su espíritu creativo, su interés. Eso hace que mejore el aprendizaje de todas las disciplinas. Por esta razón, si el niño se familiariza con las ciencias desde temprano tendrá mayores chances de desarrollarse, tanto en ese campo como en otros.
Este único motivo ya justificaría una mayor atención a la enseñanza de ciencias por parte de los gestores de políticas públicas en el área de educación. Pero existen también muchos otros. Una segunda razón es que sólo con una buena enseñanza de ciencias para todos los niños es posible atraer talentos hacia las carreras científicas. La tercera, y última de las que recordará este artículo, es el hecho de que el conocimiento científico y las nuevas tecnologías son fundamentales para que la población pueda posicionarse frente a procesos e innovaciones sobre los que necesita tener una opinión con el fin de legitimarlos. Es el caso de la utilización de la energía nuclear y de alimentos genéticamente modificados, como de la clonación biológica.
En este sentido, el dominio del conocimiento científico forma parte del ejercicio de la ciudadanía en el contexto de la democracia, como bien nos recuerda el especialista en temas educativos Juan Carlos Tedesco.
Se suele decir, en el mundo contemporáneo, que el capital más importante de un país es su conocimiento. El conocimiento, no obstante, depende de la formación de las personas capaces de producirlo.
En países como los latinoamericanos, con un importante número de niños y jóvenes en edad escolar, no es una exageración sostener que es éste el bien más valioso que tenemos a nuestra disposición.
Si se aprovecha bien este potencial, por medio de una educación de calidad, se puede convertir en una verdadera ventaja competitiva.
Pero justamente porque aspiramos a una educación de calidad es preciso estar atentos a un aspecto fundamental de la cuestión: la enseñanza de ciencias no consiste sólo en insertar disciplinas en los programas de estudio. Se ve lo que sucede en la enseñanza media, en la que la educación científica, sobre todo en la red pública, es extremadamente deficiente, debido, entre otras cosas, a la falta de capacitación de los docentes. En este sentido, la inclusión de las ciencias desde la enseñanza básica debe estar necesariamente asociada a una política de formación de docentes, de modo que ellos se sientan seguros y puedan transmitir a los alumnos contenidos significativos.
No existen fantasmas en la enseñanza de las ciencias; sólo es necesario transmitir conocimientos que son, incluso, elementales y atrapan el interés de los niños por la experimentación. Los alumnos se entusiasman, quieren practicar y empieza a existir el trabajo en equipo. En América latina eso, en parte, sucede en escuelas de la red privada, pero no es posible sostener una situación en la que ese tipo de formación y conocimiento está restringido a un pequeño número de niños y jóvenes. Esto sólo contribuiría a generar desigualdad y a seguirla reproduciendo.
Por Jorge Werthein
Para LA NACION
El autor es asesor de la Organización de los Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura
Se habla mucho de la necesidad de mejorar la calidad de la educación básica en América latina, y las estrategias que se auspician para ese propósito son varias: perfeccionar la formación de los docentes, aumentar el tiempo de permanencia en la escuela, mejorar la infraestructura y equipar los establecimientos de enseñanza. Son todas válidas, y puestas en práctica colaboran para mejorar la educación. Con todo, existe una alternativa de gran impacto que no se recuerda a menudo: la incorporación de la enseñanza de ciencias desde los primeros años de la enseñanza básica.
En América latina, en general, se pone poco énfasis en la enseñanza de ciencias en la educación básica, a pesar de la fuerte presencia de la tecnología en la vida de las personas y el lugar central que ocupa la innovación tecnológica como elemento de competencia entre las empresas y las naciones.
El enorme déficit que existe en materia de docentes de física, química, matemática y biología es una fuerte evidencia de la poca atención que se le presta en la región a la formación en el área de las ciencias.
Al mismo tiempo, en diversas partes del mundo, incluso de América latina, se ha experimentado el impacto positivo que tiene la enseñanza de ciencias en la calidad de la educación.
La Argentina, Uruguay, Chile, Costa Rica y Cuba poseen las mejores estadísticas en educación de la región y son ejemplos de países que percibieron que la enseñanza de ciencias puede ser muy importante y productiva.
El impacto de la enseñanza de ciencias en la calidad de la educación se debe al hecho de que involucra un ejercicio extremadamente importante de la razón, lo que despierta en el niño su espíritu creativo, su interés. Eso hace que mejore el aprendizaje de todas las disciplinas. Por esta razón, si el niño se familiariza con las ciencias desde temprano tendrá mayores chances de desarrollarse, tanto en ese campo como en otros.
Este único motivo ya justificaría una mayor atención a la enseñanza de ciencias por parte de los gestores de políticas públicas en el área de educación. Pero existen también muchos otros. Una segunda razón es que sólo con una buena enseñanza de ciencias para todos los niños es posible atraer talentos hacia las carreras científicas. La tercera, y última de las que recordará este artículo, es el hecho de que el conocimiento científico y las nuevas tecnologías son fundamentales para que la población pueda posicionarse frente a procesos e innovaciones sobre los que necesita tener una opinión con el fin de legitimarlos. Es el caso de la utilización de la energía nuclear y de alimentos genéticamente modificados, como de la clonación biológica.
En este sentido, el dominio del conocimiento científico forma parte del ejercicio de la ciudadanía en el contexto de la democracia, como bien nos recuerda el especialista en temas educativos Juan Carlos Tedesco.
Se suele decir, en el mundo contemporáneo, que el capital más importante de un país es su conocimiento. El conocimiento, no obstante, depende de la formación de las personas capaces de producirlo.
En países como los latinoamericanos, con un importante número de niños y jóvenes en edad escolar, no es una exageración sostener que es éste el bien más valioso que tenemos a nuestra disposición.
Si se aprovecha bien este potencial, por medio de una educación de calidad, se puede convertir en una verdadera ventaja competitiva.
Pero justamente porque aspiramos a una educación de calidad es preciso estar atentos a un aspecto fundamental de la cuestión: la enseñanza de ciencias no consiste sólo en insertar disciplinas en los programas de estudio. Se ve lo que sucede en la enseñanza media, en la que la educación científica, sobre todo en la red pública, es extremadamente deficiente, debido, entre otras cosas, a la falta de capacitación de los docentes. En este sentido, la inclusión de las ciencias desde la enseñanza básica debe estar necesariamente asociada a una política de formación de docentes, de modo que ellos se sientan seguros y puedan transmitir a los alumnos contenidos significativos.
No existen fantasmas en la enseñanza de las ciencias; sólo es necesario transmitir conocimientos que son, incluso, elementales y atrapan el interés de los niños por la experimentación. Los alumnos se entusiasman, quieren practicar y empieza a existir el trabajo en equipo. En América latina eso, en parte, sucede en escuelas de la red privada, pero no es posible sostener una situación en la que ese tipo de formación y conocimiento está restringido a un pequeño número de niños y jóvenes. Esto sólo contribuiría a generar desigualdad y a seguirla reproduciendo.
Por Jorge Werthein
Para LA NACION
El autor es asesor de la Organización de los Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura
